El lunes al mediodía me paré unos segundos frente a una pequeña caja de madera en el hall de la Universidad de la República. Era parte de una importante muchedumbre que fue a despedir los restos de Eduardo Bleier que recientemente encontraron en el batallón 13. Puede parecer increíble que a 44 años de su desaparición, cuando todos sabíamos que había muerto, hubiera tanta gente llorando o con los ojos brillosos. Es que en esa modesta caja había 47 años de vida y otros 44 años de resistencia al olvido y a una muerte desconocida y mentirosa. Allí estaban sus hijos y otros familiares de Eduardo y de muchos desaparecidos, para ellos sin duda era una pequeña gran victoria contra los que lo asesinaron, lo enterraron con cal viva, pretendieron que el tiempo se lo devorara y sobre los que mintieron, pero también una victoria sobre los responsables civiles y militares que dirigieron la dictadura y organizaron la cacería de los opositores, en este caso el Plan Morgan contra el Partido Comunista. Una victoria dolorosa, terrible, llena de recuerdos y de ausencias que todavía nos queman.

Ahora sabemos algo más de Eduardo, confirmamos que los torturaron hasta la muerte, que lo enterraron dentro del mismo cuartel donde lo mataron y que sus huesos quedaron como testimonio y como acusación contra sus asesinos. ¿Por qué según coinciden todos los testimonios que compartieron la cárcel con Eduardo se ensañaron con tanta ferocidad? No hay que especular mucho, sabemos mucho y este hecho tiene una gran importancia para reconstruir la verdad de la resistencia contra la dictadura. Lo torturaron hasta la muerte porque era uno de los principales dirigentes del Partido Comunista en la clandestinidad; porque querían que delatara a sus compañeros y en particular donde tenía escondido el dinero el PCU, además era judío y los nazis desataban toda su saña contra los judíos, lo sabemos por los muertos pero también por muchos que quedaron vivos y padecieron esa ferocidad cobarde.

Pero hay una causa fundamental, que no debemos olvidarla, porque ese es uno de los homenajes principales que le debemos a Eduardo Bleier, lo torturaron hasta la muerte porque no habló, porque no delató, porque no se entregó ante sus torturadores. El derrotó con su muerte a los dictadores. Hay que decirlo bien alto y yo, que solo lo conocí en el Comité Central del PCU, sé directamente que él no delató a sus compañeros claves del frente de finanzas ni del departamental de Montevideo. Y esa era una derrota insoportable para los cobardes, pero fue una victoria fundamental para la resistencia. Y lo enterraron, en la ribera de una cañada, lo taparon con cal viva y lo hicieron con conocimiento de los mandos del batallón 13, de la OCOA, de la División 1 de Ejército y con la complicidad de toda la estructura de la dictadura. Lo sabían y callaron, lo sabían y mintieron.

Nadie tiene derecho - menos alguien que no la padeció - a juzgar a los miles de presos políticos y torturados, solo podemos condenar a los traidores, a los infiltrados, a los que se vendieron y entregaron el alma al enemigo de la patria y de la libertad de todos. Esos que por cobardía o por otras razones delataron y se pasaron de bando. Esos sin debemos recordarlos siempre, porque son parte de la verdad y la justicia es el recuerdo y la condena. Y la historia demuestra que cuatro traidores no pueden con mil valientes. Ante esa pequeña caja con sus huesos, por un instante me pasó por la mente su sufrimiento, sus dientes apretados, sus sueños aferrados a los restos de su vida, los recuerdos de sus 4 hijos, de su compañera de sus compañeros y su dignidad a toda prueba. Y me dolió el alma, porque son esos seres, concretos, con sus nombres y apellidos, su imagen sonriente ya veces severa, sus vidas vividas y por vivir las que le dan significado a la lucha de todos contra la dictadura.

Conocí muchos militantes comunistas y muchos de finanzas, pero nunca conocí a alguien que logrará convencer a los contribuyentes financieros al PCU que era un privilegio que se les ofrecía, aportar a ese proyecto, a esos ideales, a ese partido. Y muchos de los que aportaban no eran comunistas. Eduardo Bleier tenía 47 años cuando lo detuvieron y lo mataron, la edad de mis hijos ahora y, el decidió seguir siendo un combatiente, hasta el fin. Sin gestos heroicos, desarmado, sin haber matado a nadie, sin otra arma que sus ideales, sus sueños, sus imágenes queridas, sus rojas banderas y su enorme e inclaudicable dignidad. Que terrible es escuchar a otro oriental que porque derrotamos a la dictadura puede ser candidato en democracia, decir que esto sucedió hace medio siglo y que no debe servir para ocultar lo que está sucediendo ahora, con los problemas que enfrenta el país. Es una miseria difícil de superar.

Hasta el 7 de octubre de este año, hace 7 días que Eduardo Bleier recuperó su identidad, hasta ese momento era una tumba sin marcar, en el fondo de un batallón de blindados donde querían que la cal viva lo despareciera para que todos lo olvidáramos. Y hay gente, algunos que se quieren llamar soldados o combatientes, que han hecho todo lo posible para que los olvidemos, para que se lo devore la desaparición. Y ese delito es imprescriptible, estaba sucediendo hasta hace 7 días, y ahora la justicia ha caratulado la causa como un asesinato y hay algunos que no quieren reconocerlo. Es una dura lección, porque todavía hay uruguayos que quieren olvidar y algunos no están tan lejos de todos nosotros, me refiero a los de izquierda.

ESTEBAN VALENTI