Nacieron a unos 11 kilómetros de distancia, pero se vinieron a conocer del otro lado del océano, a más de 11 mil kilómetros de sus pueblos de origen. Ellos son Mario Novino y Emilia Coscia, dos italianos de la provincia de Avellino que se embarcaron en una aventura muy lejos de la península y que cambiaría sus vidas para siempre. En una casa rodeada de olivos, pero amenazada por la guerra, crecía un niño junto a tres hermanos; que con esfuerzo y empeño intentaría salir adelante con sus estudios y oficio.

Mario concurría a la escuela a pie, tres kilómetros que muchas veces debió haber hecho enojado con su maestro - que en pos de un beneficio propio que le darían las clases particulares pagas - hacía que Mario no promoviera el año escolar. A esto se le sumaban las reprendas de su padre, que aseguraba que no estudiaba lo suficiente. Hasta que un día, un maestro forastero, vio en el estudiante todas sus cualidades y le reconoció la calificación que merecía, comunicando a su familia que debía seguir adelante pues era un alumno muy capaz e inteligente. No obstante, su padre tenía otros planes: un oficio para garantizarle el futuro. Así pues, comenzó a tomar clases como aprendiz de zapatero, lo que hasta el día de hoy, es su profesión. Con 80 años y esquivando la pandemia provocada por el Covid-19 en la medida de lo posible, Mario continúa aportando su mano de obra al negocio familiar. En tanto Emilia, ya de pequeña se veía embarcada con su madre Nicoletta en el "Monte Bianco" desde Nápoles a Montevideo, tras los pasos de su padre Giovanni, quien años antes había sido reclutado para el trabajo en la construcción en la capital sudamericana que traía mano de obra eficiente y barata a cambio de algún pago de comisión a sus reclutadores. Una niña que recuerda no haber saludado ni a su abuelo cuando salía del pueblo rumbo a lo desconocido.

Titulo de Cavaliere

Ella no puedo terminar la escuela en Uruguay, en cambio comenzó con sus labores de costura junto a su mamá, para dedicarse a ese oficio hasta que llegara el amor a su vida, y los amores que nacen de ese amor, los hijos. El 16 de octubre de 1959, luego de casi 20 días en el mar, a bordo del Conde Grande, bailando para pasar el tiempo pero llorando a escondidas mientras añoraba su tierra, Mario arribó al puerto de Montevideo. Pero, ¿qué lo trajo a esta tierra? Lo que trajo a otros tantos, la guerra. A principios de la década del 50, Antonio Novino, su padre, planeó una forma de evitar que sus hijos debieran formar parte de la milicia y eventualmente terminaran en un conflicto bélico que podría acabar con sus vidas. Ya había vivido la experiencia de que los alemanes invadieran su propiedad; y tener que llevar a resguardo a su familia a un lugar lejos de las armas era su objetivo. Por aquel entonces, optó por entregar su casa y no la vida de sus seres queridos. Para su sorpresa, aquellos soldados resultaron lo suficientemente cuidadosos y ordenados y no hubo mayores destrozos. Pero el peligro se respiraba en el aire. Terminada la guerra, el tío de Mario tardó seis meses en regresar a casa, y la tristeza y angustia que se vivieron en esos tiempos, no tenían cabida en el futuro.

Entonces, previendo que si en casa había una madre con un solo hijo varón, este no estaría obligado a ir a pelear por la patria, intentó salvarlos a todos, empezando por movilizarse a una tierra prometedora de paz y bienestar. Primero vino con el mayor, luego mandó a buscar al siguiente, y allá, quedarían Maria Riciardi y su hijo menor, Mario. La situación económica no era mala, trabajo había, dinero también, pero ya no había familia. María lloraba día y noche, lloró y lloró hasta que su hijo decidió tomar cartas en el asunto. Y cartas literalmente, porque escribió una a su padre en Uruguay, donde le aseguraba que se vendría o de lo contrarío se casaría y se mudaría a Norteamérica. Ante este gesto tan desesperado del joven, Antonio permitió que vinieran su esposa e hijo, y por fin continuar unidos. Mientras María estaba fascinada con volver a reunirse con los suyos, Mario ya quería volver a su terruño cuando el primer amanecer lo encontró rodeado de ranchos desconocidos.

Fiesta de Casamiento entre Mario

Él y su bicicleta Legnano no pertenecían más que a la calma del pueblo, donde la vida y las formas de trabajo eran distintas, donde un vecino se encontraba a unos 200 metros, donde las plantas de olivo vestían paisajes admirables. Pero el Balcón de la Iripinia que protegía Sant’Amato di Nusco, era ya una fotografía del recuerdo. "Yo me vuelvo" y "tu padre te mata" fueron las frases del día después. Resignado en su nuevo destino, acompañó a sus hermanos a las obras de la construcción, de las que prefería no formar parte. Entonces, buscó trabajo como zapatero, y se fue acomodando a la vida de ciudad. Hasta que el amor y la costumbre lo abrazaron. En una casita que se iba construyendo por Camino Maldonado, Emilia se acercaba como parte de una familia amiga de los Novino. Con unos jóvenes 23 años, y él en sus 28, en el altar de la Iglesia San Agustín, contrajeron matrimonio. De esa unión nacieron tres hijos y más tarde cuatro nietos. Siempre trabajando, siempre "luchándola" construyeron una nueva vida lejos de la guerra sí, pero también lejos de los encantos de la campinia italiana. Si hay algo que los inmigrantes hacen con esmero y por necesidad, es trabajar.

Pero Mario no se queja, la dedicación tuvo sus frutos. El negocio de la tienda "Marina Blu", donde aún se realiza la compostura de calzado, lleva más de 50 años en el mercado en la zona del Hotel Carrasco. Pasó por la experiencia de ser empleado y de tener empleados también, en épocas donde se podían confeccionar hasta 60 pares de zapatos por día, y aún puede mantener su oficio, que empezó por obligación, pero que lo salvó de usar armas. Emilia, como ama de casa a tiempo completo, también en otras épocas, pudo dedicarse a la crianza de sus hijos, una posibilidad que ambos agradecen, puesto que se forjan valores en casa que resultan en "hijos buenos y sanos". Además, estarían los abuelos cerca, cuya longevidad, permitió esa alianza familiar intergeneracional que hoy día es difícil apreciar y sostener. Mario y Emilia, son socios y directivos de la Associazione Emigrati Regione Campania in Uruguay (AERCU), su segunda casa.

Incluso Mario, obtuvo el título de Cavaliere della Ordine della Stella d’Italia por su constante aporte a la colectividad. En ese núcleo es donde se reencuentran con sus raíces, con su comida típica, su música y danza, sus coterráneos, amigos que en Uruguay recuerdan cada tradición que los ha marcado a fuego. Los campanos se reúnen con asiduidad, en almuerzos familiares, y realizan actividades que intentan mantener los sentidos conectados a Italia. Hoy día, buscan abrirse en la conquista de descendientes y uruguayos interesados en esa cultura. Emilia lamenta que no sea fácil esta tarea, encontrándose un desinterés por las raíces lo cual fragmenta la tradición familiar; en tanto Mario, acepta que es parte de la vida moderna, de la globalización y de la vorágine actual de las masas. En el seno de su propia familia, han visto como sus hijos no participan de dichas actividades, más han optado todos por obtener la ciudadanía, el pasaporte a otro continente que oficie de garantía por si acaso aquí no se puede seguir viviendo bien.

¿Que si tienen derechos? Es tema de discusión, ser italiano o sentirse italiano, esa es la cuestión. La colectividad les dio la sorpresa de su vida, cuando en una fiesta de la primavera, accedieron al premio de un pasaje a Italia, un viaje inolvidable. Ambos volvieron a sus pueblos hace poco más de 25 años, y desean repetir la experiencia, una vez que cesen las restricciones sanitarias, y que se pongan de acuerdo en las fechas: María quiere revivir el carnaval de Montemarano ("aunque me muera al día siguiente", insiste entre lágrimas) y Mario no está muy dispuesto a pasar frío en pleno febrero (pero sin oponer mayor resistencia, seguro accede). Mientras tanto, lo disfrutan gracias a internet, en sus pantallas y en las fiestas de la colectividad.

La RAI en la canalera, la pasta casera, que incluye raviolones, agnolottis o vermicelli cualquier día de la semana; la tarantela a todo ritmo y la voz de Emilia hablando en dialecto cuando se conecta con sus familiares, le dan otra identidad a su hogar de Camino Carrasco, para que la visita pueda notar de dónde vienen y qué nos han traido. Porque como dice Eduardo Galeano "si los mexicanos descienden de los aztecas y los peruanos descienden de los incas, los uruguayos descendemos de los barcos".

por SILVINA LORIER