por Esteban Valenti

No voy a entrar en una polémica sobre los diferentes periodos de gobierno en relación a la inseguridad, voy a hacer exactamente lo mismo que haría ante hechos concretos acumulados ​ en cualquier gobierno. Es más, lo hice cuando se quería hablar a favor o en contra de la sensación térmica durante gobiernos del FA.

 

En 40 días, no más, le rompieron el vidrio del auto a Selva al mediodía frente a la torre de Antel, obviamente para robarle, a mi hija Verónica le robaron la cartera cuando fue a visitar a unos compañeros en el Cerrito de la Victoria a plena luz del día y la semana pasada le fracturaron varios huesos de la cara a mi nieto, de noche en pleno centro de la ciudad para robarle un celular y unos días después a su hermana, junto a siete amigos los asaltaron tres delincuentes, uno de ellos muy menor de edad, les robaron el auto y luego incendiaron el vehículo que traían originalmente. Este trio es conocido en la zona de los balnearios de la Costa de Oro. Son particularmente agresivos. La policía seguramente los conoce.

 

Por otro lado prácticamente todos los días muere asesinado un joven, no en un enfrentamiento sino lisa y llanamente en un asesinato a sangre fría.

 

Cuando se suman tantos hechos en una sola familia no son, ni casualidad ni mala suerte, ni es una sensación térmica y no tengo idea como están registrados estos hechos en las estadísticas oficiales. En las redes, la cantidad de personas de todas las edades afectadas por delitos de este tipo es muy visible. Es lo que yo defino como micro delincuencia. Y es notorio que está creciendo y hay que buscarle explicaciones, no se trata solo de denunciar y quejarse. Estoy absolutamente seguro que no nos sucedió solo a nosotros.

 

Lo mismo sucede con el aumento de los asesinatos encomendados o por los llamados ajustes de cuenta, que no son otra cosa que la disputa de territorio y del mercado por parte de bandas de delincuentes.

 

Se mezclan varios factores.​ La consolidación de un número de personas, sobre todo jóvenes en la indigencia o en niveles muy bajos de la pobreza, que aunque comparativamente con otros países y otros momentos en el país, es reducido, es sin duda un territorio social y cultural donde pesca y cultiva la delincuencia organizada, a lo que se agrega el empeoramiento notorio del desempleo que golpea en particular en los sectores juveniles.​ La consolidación - a pesar de las operaciones notorias contra el narcotráfico - de una oferta creciente de tareas de todo tipo por parte de las bandas: venta al menudeo, ajustes de cuenta (sicariato), robo y rapiñas para proveerse de droga. A lo que se suma el innegable papel de la desesperación de determinados sectores sociales.

 

Tenemos el record regional por la cantidad de presos en proporción a la población, superamos los 13 mil encarcelados a pesar de que el nuevo Código del Proceso Penal, redujo drásticamente la cantidad de encarcelados sin sentencia. Pero la tendencia es a que el número de presos siga creciendo. ¿Hasta cuándo? No le hemos encontrado una solución a un doble problema: acompasar este crecimiento con el aumento y mejoramiento de la infraestructura y las condiciones de las cárceles y por otro lado las medidas substitutivas válidas y no desesperadas para no seguir aumentando el bulto de los presos pero aumentando también el problema. En el futuro serán delincuentes titulados.

 

A ello se agrega que la violencia y la brutalidad de los delincuentes va en aumento. Es notorio que la cima de ese proceso es el desprecio por la vida, de allí para abajo vale todo, los tiros, las amenazas, los golpes arteros y brutales para robar un celular y la tendencia no mejora en absoluto. Es en definitiva un fracaso de muchos años en materia cultural, social, educativa que repercute también a nivel de la represión y por lo tanto de la policía.

 

¿Hay indicadores sociales que mostrarán mejorías en los próximos meses? No, en absoluto, la pandemia y sus consecuencias no dan ningún tipo de señal alentadora en materia de desempleo y de integración social, al contrario.

 

¿La solución es que todos nos cuidemos mucho más en nuestras vidas cotidianas, en particular los jóvenes? Lo voy a confesar, yo se les dije claro a mis nietos, pero todo tiene un límite, si a los cuidados por la pandemia, además tenemos que confinarlos o limitarlos en su libertad de adolescentes y jóvenes (mi nieta asaltada tiene 21 años y mi nieto 28) pero tengo de casi todas las edades, el panorama es realmente tétrico. No hay tapaboca para la delincuencia, ni distancia, ni alcohol en gel.​ El Estado es quien tiene la responsabilidad casi total, aunque los jóvenes y los mayores y hasta los que tenemos edades de riesgo nos cuidemos, vivir tenemos que vivir.​ Lo que está demostrado una vez más es que no puede ser solo responsabilidad del Ministerio del Interior.​ También deberían aprenderlo los que desde la oposición se ensañaban solo con ese aspecto en el pasado reciente.

 

Yo sé que apenas se publique esta nota, comenzarán a llover las acusaciones sobre la herencia de los gobiernos del FA o las acusaciones sobre la actual administración y sus incapacidades. Lo que está demostrado es que la inseguridad tiene causas estructurales muy profundas y arraigadas y que no vamos en la dirección de que mejoren. La pandemia empeoró todo y todavía no ha terminado. Cuando una persona entra en el mundo del delito, se produce un salto hacia otro mundo, tan distante, tan diferente al del trabajo y la decencia, que el retorno se hace cada día más difícil, sobre todo si lo que hacemos todos los demás es vivir enzarzados en una estéril polémica, Si para combatir la pandemia apelamos a todas las fuerzas políticas, sociales y académicas de nuestra sociedad y nos dio un buen resultado, que todavía tenemos que proteger y cuidar, creo que también sobre el delito y la inseguridad vale el mismo método

 

O todos estaremos cada vez más en la lista de espera. Y además de empeorar nuestra calidad de vida, que es lo fundamental, empeorará nuestra imagen en el mundo. Todo se sabe y en esta materia las estadísticas valen hasta que te ponen un revolver en la cara o te pegan con una piña americana y te rompen varios huesos.