La larga decadencia nacional, que culminó con la explosión de la crisis del 2002 generó en cifras, en estadísticas y en realidades sociales y humanas el peor de los procesos: una profunda fractura social y cultural. Una pobreza que superaba el 39% y con más del60% de los menores de 18 años bajo la línea de pobreza.

Una hecatombe social con consecuencias de larga duración. La situación de la pobreza y la indigencia ha cambiado, se ha reducido drásticamente, pero se generó un proceso nuevo en la historia del país: dos Uruguay, no divididos solamente o principalmente por razones de pobreza o indigencia, sino por una marginalidad integral que incluye fundamentalmente a sectores jóvenes y donde está atrincherado el delito.

Un Uruguay ampliamente mayoritario de personas que no delinquen para vivir y un pequeño sector de no más del 2% de personas que han hecho del delito su forma de vida.
Presos y en libertad. La zanja que divide hoy a los dos Uruguay, cada día más alejados y diferentes, no se define por el nivel de ingresos, sino por su relación con la delincuencia y la violencia y en cierto sentido cruza diversos sectores sociales. La mayoría provienen de los sectores pobres, pero hay delincuentes, organizaciones, bandas y expresiones de violencia que incluye a otros sectores sociales.

El aumento sideral de los homicidios, la constante en el retorno al aumento de las rapiñas
y los hurtos que todos podemos comprobar, se debe precisamente al choque entre el Uruguay del delito y el otro, el del trabajo y la vida decente y por otro lado la feroz disputa por la jefatura de las bandas dentro del propio Uruguay del delito y el control de los territorios. Caen presos, son asesinados los jefes a todos los niveles y deben ser remplazados, ello desata la guerra entre jóvenes aspirantes a comandar las bandas.

Son los ajustes de cuentas, aunque hace pocos días asesinaron a un policía del PADO en Progreso, no para robarle sino por venganza y ese ya comienza a ser un cambio de calidad de la violencia. El otro elemento que todos hemos percibido es el aumento de las operaciones de bandas de criminales, que antes aparecían esporádicamente y ahora son una constante. No me refiero a dos asaltantes en una moto, sino a organizaciones que asaltan cajeros (24), supermercados, empresas financieras y de remesas de valores, con varios integrantes organizados y armados a otro nivel. Eso también tiene un solo remedio fundamental: la inteligencia.

Enfrentar los cambios en la vida social global y cotidiana de cada uruguayo, en todo el territorio nacional que han introducido "los dos Uruguay" es una tarea muy compleja, que requiere de un análisis muy especializado, con el aporte de todas las capacidades profesionales de que dispone el país. Este es el primer desafió, dejar que el debate político sobre el tema siga su proceso, nadie puede detenerlo y, por otro lado organizar un
rápido y profundo estudio de esta nueva realidad y sus tendencias y posibles evoluciones e
involuciones.

No se trata de relevamientos estadísticos, sino de análisis cualitativos de fondo, en los territorios geográficos, sociales y culturales, en las cárceles, en los contextos educativos, en todo el frente posible de análisis. No es un problema solo de delincuencia, aunque su punta más aguda, filosa y dolorosa sea la delincuencia y la violencia, se trata de analizar el "otro Uruguay", sus zonas de frontera y su realidad interna.

De allídebería surgir las bases para un diseño de políticas de Estado desde todos los frentes: la educación, el deporte, la presencia institucional, el apoyo a las familias, la vivienda y la política territorial, las políticas sociales, la política carcelaria previendo el incremento incontenible del número de presos, con un razonamiento muy simple y elemental, aumentan los delitos, los asesinatos, la violencia intrafamiliar, ergo, lo básico: tienen que aumentar los procesados y presos, de lo contrario la batalla la ganan los delincuentes en toda la línea. Sin este aumento de los presos en el largo periodo de aplicar las políticas integrales y que estas den resultados, el avance de la delincuencia sería incontenible.

Hay un dato incontrastable: la delincuencia escontagiosa. El problema es que todas las políticas sociales, educativas, culturales etc. etc. llevarán muchos años en surtir efectos visibles. Es la experiencia en todo el mundo, la gran pregunta es ¿en ese periodo que hacemos, como frenamos y hacemos retroceder el crimen? Sería una barbaridad que el "otro Uruguay" que ha demostrado una imaginación muy frondosa, con nuevas formas delictivas sumadas a las viejas siga avanzando, sin reacciones de parte del Estado en la batalla cotidiana y concreta.

Lo primero que considero que hay que reforzar es el trabajo de inteligencia a todos los niveles, solo saturando de cámaras y otras formas de presencia policial no paramos este avance del "otro Uruguay" sobre el resto de la sociedad y la ferocidad en la lucha interna.
Hay un capitulo muy delicado, que nadie quiere tratar, es el de las complicidades, pero es
notorio que para que ciertos delitos - como el crimen organizado en sus diversas modalidades- crezcan de la manera que está sucediendo, se requieren cómplices a diversos niveles.

Eso también se combate con inteligencia, mucha inteligencia. Y mucho rigor en las
penas. Ante el mayor peligro que afronta el país, el Estado debe desplegar sus mayores recursos de inteligencia. En tercer lugar hay una medida aparentemente indirecta, pero que es parte de toda la experiencia internacional, cuando en las altas esferas, entre los cuellos blancos y sucios hay corrupción, falta de transparencia, es la situación es ideal para el avance del delito organizado, que es la peor forma y la más peligrosa forma de delito. Por ello es obligatorio y urgente mejorar toda la legislación para combatir la corrupción y las instituciones que deben aplicar leyes, controles y reglamentos.

Para que no nos vuelva a suceder lo que estamos padeciendo con el caso de ANCAP y sus múltiples colaterales con licencia para robar. En cuarto lugar, vienen los aspectos operativos, la necesidad de planificar el empleo de los medios disponibles por parte del Estado para prevenir, investigar, combatir y capturar a los delincuentes. Se avanzó mucho en cuanto a número de efectivos, a equipamiento, transporte, comunicaciones, remuneraciones, armamento. No alcanza, algo está faltando, en los planes operativos, en el despliegue territorial, en el uso de la inteligencia y en las acciones de saturación.

El debate sobre eluso de las FF. AA. se ha transformado en un debate supuestamente filosófico y es falso. En muchos países democráticos existen policías militarizadas e incluso operan unidades del ejército, por ejemplo en Italia. Que no es un ejemplo en materia de limpieza administrativa pero no tiene ni cerca el nivel de criminalidad (homicidios y rapiñas) que tenemos ahora nosotros. El problema de fondo es que si no resolvemos bien la utilización de las fuerzas policiales disponibles para combatir el delito y sigue esta escalada, llegará el momento que la misma gente que hoy rechaza la posibilidad de recurrir a los militares, reclamará la presencia de los cascos azules. Es solo cuestión de tiempo.

Esas situaciones extremas no se resuelven distribuyendo responsabilidades entre la policía, los fiscales, los jueces, las cárceles y otras instituciones varias, se resuelven solamente con resultados adecuados y eso quiere decir realmente disminuir el número de delitos
y sobre todo de los más graves y que cada institución y persona se asuma sus responsabilidades. Si todos reconocemos que hay un crecimiento preocupante de la delincuencia, que impacta en la vida cotidiana de todos nosotros, tenemos que adoptar políticas acordes con esa realidad y no sumergirla en el cruce de acusaciones. Cada uno debe asumir con un profundo sentido nacional sus responsabilidades.

El "otro Uruguay" ya no es el país de los más pobres, al contrario, son los más pobres las principales víctimas del delito, aunque se puede afirmar que el crecimiento de la delincuencia es el factor que ha cambiado de manera más neta el estilo de vida de todos los uruguayos.

Esteban Valenti