por SILVINA LORIER, Con la colaboración de
Adriana Balbi y Cono Quijano

Hace 80 años, un 2 de Mayo, en Milán, nacía Antonio Giuliano Scanziani Sonzogni, hijo pero no víctima de la Segunda Guerra Mundial. Muy por el contrario, salvador de su propia familia. Su madre Elide, huérfana, vino a dar a luz en casa de sus suegros mientras su padre Carlo se aprontaba en el frente de batalla para partir rumbo a Rusia. A ocho días de su nacimiento, muere su abuela paterna - feliz de haber tenido un nieto varón por lo cual la continuidad del apellido estaba asegurada- y con esto cambia la historia. El regimiento, un día antes de partir, le brinda a Carlo unos días de licencia para acudir al entierro de su madre y también conocer a su hijo, viaje que debió realizar caminando hasta su pueblo. De no haber sido por estos sucesos, hoy Antonio no estaría en la ciudad de La Paz, Canelones; ya que ningún italiano de la tropa de su padre sobrevivió a la guerra.

UN BAMBINO ITALIANO Cuando Antonio cursaba el jardín de Infantes en Zogno, su padre trabajaba cerca de casa, y su madre en las tareas domésticas, también, siguiéndole los pasos, marcando su rutina y sus tareas. Sus vacaciones las pasaba con mucho gusto en Milán, en casa de sus tíos. Pero no con tanto gusto llegó a los 7 años a las costas del mar Adriático, pese al sacrificio que había hecho su madre por aquel viaje. Una colonia de vacaciones en Riccione, lugar que hasta el mismísimo Benito Mussolini había escogido para veranear. Los restos de la guerra, el alambre de púa en la playa, los edificios bombardeados, la comida de mala calidad producto de la escasez posguerra, nada de bueno tuvieron para Antonio. Lo que sí disfrutaba por aquél entonces era el arte de ser monaguillo, el llamado del cura párroco para salir a bendecir casas, ya que hablaba el latín a los seis años, y ser remunerado por aquello. Un triste recuerdo de su niñez lo dejaron los partisanos, que bajaban de la montaña a rasurarles el pelo a las mujeres con novios o parejas alemanes o fascistas. Él junto a su madre, vio la escena y lo abrazó el miedo que fuera a ocurrir con ella aquella cruda venganza.

 BIENVENIDOS A LA TIERRA PROMETIDA… arlo, su padre, se especializaba en Jersey como mecánico y tejedor; y tuvo para él la suerte de ser llamado a trabajar al extranjero. Todo hombre de la época veía el progreso en estas tierras, fuera por la guerra o no, pero los vendedores de sueños americanos brillaban por su excelente actuación. Tras varios intentos fallidos de Elide por evitar este nuevo emprendimiento, se embarcaron durante 20 días a una nueva aventura, en la que o venían todos o no venía ninguno. Su madre no tenía experiencia, sin embargo fue contratada como auxiliar de su esposo para poder subsistir. No dejaron una vida penosa, sólo llegaron por una mejor un 22 de abril del año 1949. Pero aquí lo esperaban 12 horas de trabajo al día, discriminación y engaños, ventajeros al acecho y trampas por doquier. Atrás quedaban las lágrimas de Antonio, que una dama intentó apaciguar con una bolsita de caramelos, en vano pues, ya que nada sería como antes, ni como él lo había imaginado.

PRIMER PRUEBA: NO APROBADO Antonio ingresó al tercer año de la escuela primaria, siendo muy bueno en matemática, pero se encontró con un desafío no menor: el idioma español. Recuerda un dictado donde escuchó el nombre de su pueblo natal: Verano Brianza, pero no se trataba más que de la estación Verano. Así como lo escuchó, sintió la emoción que de este lado del mundo lo reconocieran, lo escribió con mayúscula como corresponde, pero su maestro le cortó la alegría de un tirón con un marcado subrayado que anulaba su transcripción. Las penillanuras del sur, la nariz aguileña del prócer y otros tantos detalles no le permitieron pasar de año, debiendo recursar lleno de frustración.

SI LA PATRIA ME LLAMA… "Me vuelvo a Italia" dijo a los 18 años y se presentó al servicio militar frente a la Embajada de Italia, pero no era posible costear su viaje; tan sólo labraron el acta de presentación dejando constar que no tenía recursos. Nunca más nadie preguntó por él. Pensó que lo habían olvidado. Nunca quiso irse de Italia, no fue un verdadero inmigrante, nadie le preguntó por sus sueños. Recién en el año 1975 pudo volver a recorrer las calles del centro de un pueblo que se encontraba inmaculado, las fachadas eran las mismas, la escuela, y hasta la señora que le regaló los caramelos allí aún estaba. Un paseo nomás, ¡pero cuánta nostalgia! Para poder viajar a Italia, debió recurrir a un pasaporte uruguayo, ya que aún teniendo la carta de ciudadanía italiana, el pasaporte le fue negado. En definitiva, luego de figurar en la lista del servicio militar, esto hubiera sido un gran inconveniente para salir de Italia, pues se había extraviado su acta de enrolamiento.

BULLYING DE AQUÍ Y DE ALLÁ En Italia fue "sudaca" y en Uruguay fue un "italiano mangia-polenta", pero le dolió más que no lo reconocieran en su tierra natal, que aquí, donde los inmigrantes eran moneda corriente, aunque lo hubieran puesto en la misma bolsa, porque él no vino huyendo de la guerra, él no tenía dificultades económicas, simplemente él no quería estar acá.

CURRICULUM VITAE Dice no ser multifacético, pero si prestamos atención a su extenso currículum podemos ver que lo único que le faltó por hacer fue cumplir su sueño de ser militar, al servicio de su patria. No estaba preparado para ser un pinchapapeles, pero estudió lo que había por ese entonces, en Liceo Ariel, en Colón, un curso de contabilidad. Desde ayudante de cobrador, saltó a un mejor empleo en la Bodega San Ramón, formó parte del sindicato de la bebida en Las Piedras, pasó a encargado de una fábrica de medias, que sin saberlo también marcaría parte de su destino; recorrió las calles de la ciudad como taximetrista, y como vendedor de ropa interior de mujer, hasta que se dio cuenta que nada de eso era lo suyo. En el último intento, abrió lo que fuera su negocio más duradero, la fábrica de Pastas "El Tanito". Estaba instalada en el mismo sitio donde una mañana fría de domingo nos contó su historia. Bromatología le puso varias trabas, pero no desistió y fue adquiriendo el oficio preguntando y probando. Treinta años defendiendo una de las comidas por la cual mejor se conocen a los italianos. Tallarines de espinaca fresca y ravioles infaltables para el domingo. La competencia de los congelados y la carga tributaria, acabó con su emprendimiento, cerró sus puertas y se dedicó a disfrutar como pudo de la jubilación.

DE LAS MUJERES QUE LO VOLVÍAN LOCO EN LA FÁBRICA DE MEDIAS De ellas hubo una muy especial "lo mejor que sacó de allí": su esposa Nibia. La más revoltosa quizá, pero que supo conquistarlo tras pasar varias veces por la oficina por sendos llamados de atención, y que luego de 53 años de matrimonio, dos hijos, cuatro nietos y dos del corazón, sigue hoy a su lado a sol y sombra.

CUANDO JUEGA URUGUAY Mundial Brasil 2014, juega Uruguay contra Italia, pero Antonio llevaba la bandera oriental puesta en su corazón. Su familia ofendida dejó de hablarle, pero él sabe muy bien por qué es más criollo que tano. Su suelo lo abandonó y lo olvidó, sus coterráneos de este lado le dieron la espalda muchas veces a él y su familia, sus sueños quedaron enterrados allá, su vida se hizo acá. Nunca más habló italiano, desde que abandonó el dialecto bergamasco, y quizá por eso los italianos lo desconocieron. Hoy habla como un criollo, y representa a Uruguay en otras tierras.

LA VIDA COTIDIANA DE HOY Se tiene que sobrevivir, por eso Antonio no deja de trabajar en distintos quehaceres. Pero también tiene una intensa vida en las redes sociales, y en la Sociedad Italiana donde forma parte del coro, haciendo vestigios de su época de músico en la niñez, cuando se vio obligado a tomar clases de piano, su mayor tortura por aquél entonces. Hoy desea expresar la música, y aprovecha ese tiempo para disfrutarla como no lo hizo antes. Quizá para olvidar el dolor que de vez en cuando denotan sus palabras cuando sabe que siendo italiano de nacimiento no puede sentirse orgulloso de la Bella Italia.