Es uno de esos días que todos los de mi generación, en especial los que creíamos en la revolución, recordamos con nostalgia, con cariño, como un sueño imposible que tocábamos con las manos y el corazón.

El 17 de julio de 1979 Anastasio Somoza abandonó definitivamente el país, en la madrugada, como un ladrón llevándose casi todo el tesoro nacional y los restos mortales de su padre y su hermano. Liberando a Nicaragua de los Somoza que durante 40 años habían impuesto su ferocidad a ese pueblo.  Dos días después las columnas del FSLN, los sandinistas entraron en Managua.

Como olvidarlo, si además dos compañeros nuestros, uruguayos murieron por la liberación de esa tierra.

La historia posterior es larga, atormentada, con la intervención directa de los norteamericanos financiando y apoyado a los "contras" y al final con una derrota electoral del FSLN.

Desde aquel que fue llamado el "Día de la Alegría" han pasado 42 años y la revolución ha muerto, ha sido asesinada y se ha devorado a si misma por un dúo siniestro que se adueñó de todo, del poder, de la libertad, de la riqueza, de cualquier vestigio de democracia y sepultó para los pueblos del mundo y para su propio pueblo y sus compañeros, la revolución sandinista.  Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Y no debemos ser falsos y hacer la historia a conveniencia, Daniel Ortegas era el líder máximo, el héroe de esa insurrección popular. No debemos olvidarlo, porque esa misma persona, que se declaraba admirador del "Che", hoy a los 72 años de edad es un dictador que ha disfrazado cuatro elecciones consecutivas y que se enamoró del poder ilimitado y de la riqueza.

Cuando sus adversarios exigen elecciones libres, sin encarcelamientos y represión Ortega y Murillo ahogaron olas de protestas populares con más de 300 muertos y alrededor de 2.000 heridos.

Si aportara una lista más de todas las violaciones a los derechos humanos, a las libertades de ese pueblo y a los principios fundacionales del sandinismo, no agregaría casi nada, se han escrito libros, novelas, testimonios sentidos y dolidos de sus protagonistas. Hay una pregunta que debemos formularnos ¿Cómo fue posible y no solo en Nicaragua?

¿Es obligatorio que en definitiva y a velocidades y con ferocidades diferentes las revoluciones se devoren a sí mismas y se protejan luego de haberse precipitado en el peor fango de su propia historia?

La clásica explicación de la Guerra Fría que era útil para todos los lavados y fregados, de ambos lados del muro se agotó, es casi una expresión de pereza intelectual e histórica.

La burocratización de los liderazgos y de la mayoría del aparato estatal y de los propios partidos, es una parte de ese proceso de desbarranque y de canibalismo revolucionario, que no solo se devora a sus mejores hombres y mujeres, sino también espíritus, almas, épicas y todo lo que encuentra a su paso arrollador. ¿Y entonces, es la maldad intrínseca de los seres humanos, su incapacidad de vivir en sociedades con otra moral, otra forma de convivencia que no esté regida por el mercado más despiadado o el totalitarismo en sus diversas formas?

Uno de los rasgos distintivos del canibalismo revolucionario es la personalización hasta el paroxismo de su dirigencia, basada en su infalibilidad y en su pretensión de expresar por si solo a las masas. Esa fue el arma principal de Rosario Murillo, envilecer todo su pasado en el FSLN, arrastrando incluso a Daniel Ortega detrás del imán del poder cada día más ilimitado. Ellos, solo ellos son los dueños y señores de la verdad, aunque por el camino hayan quedado centenares de combatientes, de dirigentes revolucionarios. No es la primera vez, ni será la última.

La falta absoluta o creciente de una base ideológica, moral, cultural de la revolución, hasta transformarse en un  modelo de poder, de dominio de los mayores resortes de una sociedad, está siempre debajo de esa deriva dictatorial.

En Venezuela, se mezcló a todo eso, el dinero a raudales de la renta petrolera, como supuesta bandera suprema de la revolución en el mayor deposito de crudo del mundo, y como promotor de supuestos proyectos revolucionarios que fracasaron en todos lados.

Nicaragua no es rica, era pobre y sigue siendo pobre, pero los monarcas Ortega-Murillo, sus parientes, sus fieles, son ricos, han redistribuido la riqueza a su favor y esa es una tentación enorme, cuando se libera de todo freno moral y de ideas realmente revolucionarias. Y además sirve para corromper a una parte de la sociedad. No solo se emplea el aparato del Estado, sus hombres armados y sus cárceles, sino además se corrompen y se forman bases políticas y sociales, adecuadas a esos proyectos personales y de casta.

Nicaragua, es uno de los ejemplos más terribles de ese proceso de degradación, de esa traición a una maravillosa y jovial revolución, a la resistencia enfrentando a los "contra" y a su soporte norteamericano. Ahora nada de eso es necesario, la obra de perversión dictatorial está en casi las mismas idénticas manos que en su momento la combatieron.

El poder, sin moral, sin ideología, sin mecanismos institucionales que controlen adecuadamente y que permitan que sea la ciudadanía la última palabra, supera ampliamente la previsión de Kafka, no dejan solo una estela de burocracia, sino de crímenes y traiciones. Son lecciones muy duras de aprender, porque en definitiva es asumir que somos tan débiles como nuestros adversarios, ante las tentaciones del poder.