"Todo es ficticio para que todo parezca verdadero", solía repetir Gian Lorenzo Bernini, genio sin igual del ilusionismo barroco, cuya Capilla Cornaro, c Santa María de la Victoria, vuelve a brillar hoy en todo su esplendor.
La restauración de la capilla, recién terminada, revela los increíbles detalles que hicieron única esta obra maestra.
Un conjunto escultórico muy celebrado también por sus contemporáneos, precisamente por el encanto sin par de aquella Santa Teresa de Avila esculpida en mármol de Carrara pero que parece viva, mientras solloza y se retuerce atravesada por el amor divino.
Precedidos por una larga serie de estudios y apoyados por investigaciones de diagnóstico, los trabajos de limpieza y consolidación -que por primera vez se realizaron en toda la capilla- se llevaron a cabo en poco más de siete meses.
Los resultados son sorprendentes, con numerosos detalles ocultos que vuelven a la luz, desde los cuatro recuadros en estuco dorado que cuentan los momentos clave de la vida de la santa hasta el fresco con la representación del Empíreo que la espera, liberado de una capa de humo gris que ofuscaba sus figuras y colores desde 1883, año en que un incendio casi destruyó la opulenta iglesia de los carmelitas.
Imágenes y colores que vuelven a ser visibles, pero también reveladores del modo de trabajo del genial escultor y arquitecto, los secretos de los materiales que empleaba y el equipo de artesanos y artistas que lo apoyaba.
"Un trabajo complejo, realizado en sólido equipo con historiadores y científicos y tal vez por eso particularmente bien logrado", dijo Giuseppe Montella, jefe del equipo de restauración.
"Las investigaciones diagnósticas -explicó- nos permitieron por ejemplo comprender exactamente los materiales usados para las pinturas del registro superior", que se realizó "en solo 17 días" y que Bernini confió a Guidobaldo Abbatini, el mismo a quien había querido para la nave de la basílica vaticana.
Especialmente la piedra pómez, que Bernini quiso "para hacer más livianas las superficies". El conjunto, hoy, emociona.
"Aquí Bernini hace confluir todas la artes, estableciendo una auténtica escena teatral", se apasionó la superintendenta Daniela Porro, indicando los dos palcos esculpidos a los lados de la capilla, desde donde se asoman como espectadores encantados ocho exponentes de la poderosa familia del cardenal veneciano Federico Cornaro, que encargó esta obra maestra.
Los ojos de todos apuntan a la luz cálida y ambarina que baja desde lo alto para iluminar el cuerpo de la santa.
Allí, explicó la directora de los trabajos, se consumó otro de los artificios del genio, obligado por las circunstancias a manejarse con una iglesia ya hecha y terminada.
Porque para iluminar bien, y sobre todo en las horas de la mañana, a su Teresa, pese a la ventana que ya existía -orientada al sudoeste- Bernini se inventó un doble sistema de iluminación.
"Amplía el espacio construyendo una cámara de luz con ventanas, pero crea también la apertura en la base del frontón del tabernáculo, una suerte de boca de lobo" donde un sistema de vidrios y espejos, hoy perdido, exaltaba la luz que llegaba desde lo alto, filtrada por un vidrio amarillo que según reveló la restauración es del siglo XX.
Y aunque probablemente sea una reproducción fiel del original de Bernini, en estos meses se hallaron de ese original algunos minúsculos y preciosos fragmentos.
Una magia que encantó a sus contemporáneos, incluso al antagonista Borromini, que hubiera querido reproducirla.
Bernini, cuentan sus biografías, estaba tan orgulloso que definió a esta obra como la "menos mala", casi enamorado de su santa Teresa.