ARGENTINA (Infobae/Daniel Cecchini) - Para el Vaticano no hay pruebas fehacientes de que haya existido, tanto que por eso lo quitó del santoral católico. Su día es una celebración que nació con el paganismo, fue reciclada por un Papa medieval para cristianizarla, popularizada después por los poetas para glorificar el amor y adoptada por los mercados para hacer buenos negocios. Por qué el papa Francisco estudia su regreso al calendario litúrgico.

Sobre el día de San Valentín, que trasladado a los usos y costumbres laicas se erige como el Día de los Enamorados, la única certidumbre que se tiene es que su instalación en el calendario, el 14 de febrero, permite a los bolsillos haberse recuperado de los gastos causados por los regalos Navidad y Reyes para poder comprar flores, bombones o quizás un perfume a la pareja del momento o de toda la vida.

Porque la existencia del verdadero Valentín, el santo, está tan en duda que incluso la Iglesia Católica ha tenido y tiene sus idas y vueltas con él en lo que al santoral se refiere.

Se sabe que la festividad fue inaugurada durante el breve papado de Gelasio I en 494 y se siguió celebrando en la liturgia del hemisferio norte hasta que en la segunda mitad del siglo XVI el papa Pablo IV cortó la fiesta, por lo menos en lo que a la Iglesia Católica se refiere. Y fue Paulo VI quien, en 1965, después del Concilio Vaticano II, decidió sacar al santo del calendario litúrgico oficial.

La razón esgrimida fue que era imposible comprobar la existencia del hombre al que se hizo santo y mucho menos los hechos que lo pudieron haber hecho merecedor de la aureola.

Parecía asunto terminado, pero no. Por estos días, en El Vaticano, se debate la posibilidad de volver a incluir a Valentín, el del amor, en el calendario litúrgico. La tradición es muy popular y el papa Francisco es sensible a esas cosas.

Pero la posible o no existencia de Valentín es también un problema múltiple, que contribuye a aumentar la confusión general. A lo largo del tiempo, en el santoral católico ha habido once santos de nombre Valentín, y por lo menos a tres de ellos se los puede vincular con una tradición relacionada con el amor de pareja.

El Valentín de Roma

La historia más difundida sobre un Valentín convertido en santo se remonta a la Roma del Siglo III, cuando el cristianismo iba en expansión en el imperio que gobernaba Claudio II, también conocido como el Gótico.

Eran tiempos en que Roma avanzaba sobre el mundo conocido, para lo cual necesitaba sus legiones, integradas por soldados que, además de poder morir en cualquier momento en el campo de batalla, de tener suerte pasaban años y años lejos de sus lugares de origen y, por lo tanto, de sus seres queridos.

A Claudio se le ocurrió la singular idea de que, si no tenían un amor al cual volver, los legionarios sentirían menos temor a la muerte y combatirían más ferozmente contra los enemigos del imperio. Para que así fuera promulgó un decreto que prohibía el casamiento de los soldados. Para estar en las legiones, había que ser soltero.

Por esa época había en la capital del imperio un médico llamado Valentín, que cuando abrazó el cristianismo se hizo también sacerdote. La historia cuenta que se opuso a los designios del emperador con un método sencillo: siguió casando a los soldados pese a la prohibición, pero mediante el ritual cristiano, para lo cual los enamorados debían convertirse a la religión.

En otras palabras, Valentín no solo desafiaba un decreto imperial, sino que también convertía a los paganos en cristianos, lo cual en esos tiempos quizás era aún peor.

El emperador Claudio lo mandó a buscar y lo metió en la cárcel, donde hizo el milagro necesario para convertirse en santo. Se dice que el oficial encargado de custodiarlo en las mazmorras lo desafió a que curara a su hija Julia, que había nacido ciega, y que los rezos de Valentín le hicieron ver la luz. El oficial, Julia y toda la familia se convirtieron entonces al cristianismo.

Lo que Valentín no consiguió fue escaparle a la muerte. El emperador ordenó su ejecución y lo lapidaron para después decapitarlo el 14 de febrero del año 269.

Los otros posibles Valentines datan más o menos de la misma época. Se dice que uno de ellos repartía flores a los soldados como una manera de llamarlos al pacifismo, y que el otro cortaba los pergaminos en forma de corazones y se los entregaba con el mismo objeto.

Esas tampoco eran actividades bien vistas en una Roma expansiva y guerrera, lo que hizo que ellos también terminaran sus días de manera trágica.

Otro sacerdote Valentín, se dice, contradijo los planes de dos familias influyentes y, reconociendo que había un amor verdadero, casó a un joven cristiano con su novia pagana.

Un 14 de febrero pagano

Se supone que el Valentín médico y sacerdote que casaba a los soldados en secreto fue ejecutado el 14 de febrero del año 269 no por la existencia de algún documento o testimonio contemporáneo que lo pruebe sino por una decisión papal tomada dos siglos más tarde.

En el año 494, el papa Gelasio I lo consagró santo y fijó el 14 de febrero, día de su supuesto martirio, como el Día de San Valentín. También señaló un lugar en las afueras de Roma como la tumba en la que descansaban sus restos y hacía allí peregrinaban los cristianos de la época durante la Edad Media.

Gelasio I tenía otras razones, además de la dudosa fecha de la muerte de Valentín, para elegir el 14 de febrero como el día del santo de amor: asimilar al cristianismo una importante festividad pagana.

Desde la más remota antigüedad, entre el 14 y el 15 de febrero se celebraban en gran parte de Europa los rituales propiciatorios de la fertilidad de las personas, pero también de la tierra. Era una manera de pedir buenas cosechas, en un mundo donde una sequía o una plaga podían significar el hambre de un pueblo y hasta su desaparición.

Esos antiguos rituales fueron adoptados primero por los griegos y más tarde por los romanos. Esas fiestas sirvieron entonces para adorar a varios dioses que podían garantizar la fertilidad. Uno de ellos era Pan, un fauno dotado de una gran potencia sexual –por eso se le rogaba por la fertilidad de los seres humanos– y custodio de los secretos de la agricultura y la ganadería, fundamentales para la supervivencia de los pueblos.

Los romanos transformaron esas celebraciones en las fiestas lupercales, de las que participaban de manera protagónica los jóvenes hijos de la aristocracia que habían cumplido un ritual previo de paso a la madurez, que consistía en la supervivencia en las afueras de la ciudad durante semanas viviendo sólo de la caza.

Durante la celebración les estaba permitido todo, desde los sacrificios de perros y cabras, hasta castigar con látigos a las mujeres para asegurar su fertilidad.

A mediados del Siglo IV, un sector de la población empezó a denunciar esas celebraciones por escandalosas y, finalmente, el emperador cristiano Teodosio las prohibió en el año 345. Pero la tradición continuó de manera clandestina hasta que el papa Gelasio I encontró la solución poniéndola debajo del manto de un santo.

"La Iglesia no abandonó por completo las prácticas existentes sino que las alineó, trató de poner una justificación cristiana a los ritos y relaciones sociales que eran típicamente paganas", explica el vaticanista Filipe Domingues, doctor por la Pontificia Universidad Gregoriana y subdirector del Centro Laico de Roma.

Así, Valentín, el sacerdote casamentero que se convertiría en el santo de los enamorados, es heredero de esa tradición: la del amor de pareja que se plasma en la reproducción de los seres humanos.

Valentín para todo el mundo

Heredero de antiguas fiestas paganas y de relatos religiosos cristianos, el Día de San Valentín traspasó las fronteras religiosas y se convirtió en un fenómeno laico, el Día de los Enamorados, gracias al amor cortés y a quienes decidieron hacer literatura con el asunto.

En 1382, el escritor inglés, Geoffrey Chaucer, escribió un poema titulado Parlamento de las aves, en el que se menciona por primera vez al Día de San Valentín como un día de festejo para los enamorados.

En su obra el autor incluye dos versos que dicen: "Porque es el día de San Valentín, cuando cada pájaro viene a escoger a su pareja". A partir del poema de Chaucer, se comenzó a considerar el Día de San Valentín como un día dedicado al amor.

Pocos años después, en 1400, el rey Carlos VI de Francia, creó la Corte del Amor, mediante la cual, el primer domingo de cada mes y durante el Día de San Valentín, se efectuaban una serie de competencias donde los nobles intentaban obtener como premio la atención entre las doncellas de la corte.

La primera carta en la que se menciona a San Valentín data de 1416, cuando Carlos, duque de Orleans fue capturado por los ingleses en la batalla de Azincourt y encerrado en la Torre de Londres. Desde allí le escribió a su esposa, Bonne de Armagnac, donde mencionaba al santo como símbolo del amor que sentía por ella.

Hasta donde se puede saber, San Valentín se empezó a celebrar para conmemorar el amor a partir del siglo XV en Inglaterra y en Escocia y desde allí se expandió a Francia, Suiza, otros países europeos y los Estados Unidos.

La costumbre de escribir tarjetas con mensajes de amor perduró, pero a partir del Siglo XIX, en Gran Bretaña empezó a transformarse en un suceso comercial, con estrategias para la venta de regalos.

En España se celebra de esta manera desde 1948, cuando un empresario llamado Pepín Fernández, dueño de las Galerías Preciados, hizo una campaña de avisos en los diarios promoviendo la compra –en sus locales, claro– de regalos para el Día de los Enamorados.

Hoy casi todo el llamado "mundo occidental" celebra el 14 de febrero como el Día de los Enamorados, una fecha en la que el amor e regalos, con lo que el bueno de Valentín –si es que existió realmente– ya no solo es el santo de los enamorados sino que también es adorado, y mucho, por los mercados.