RIO DE JANEIRO (Uypress) - Brasil superó las 100.000 muertes por Covid-19: fallece una persona cada 2 minutos desde hace casi 5 meses, entre la confirmación de la primera muerte, en marzo. Esta cifra de fallecidos por la pandemia equivale a la población de una ciudad mediana, iguala a las muertes por cáncer entre marzo y julio de 2018, y supera a los de infartos, neumonías, accidentes o el propio virus de la influenza, según informe realizado por los periodistas Beatriz Jucá y Jorge Galindo para el citado medio madrileño.

Un resultado que no puede separarse de un escenario en el que la polarización política y la negación de las autoridades socavaron las medidas para controlar la epidemia. En un territorio tan grande y tan diverso como Brasil, ganó diferentes velocidades en cada región. Exaltó las desigualdades históricas, especialmente las de acceso al sistema de salud, lo que llevó al colapso de regiones históricamente menos estructuradas, como Manaos y Fortaleza. La incidencia de muertes, considerando la densidad de población, también es fuerte en Belém, Recife y Río de Janeiro.

MUCHO MÁS QUE UNA "GRIPEZINHA"

El virus se extendió por todo el país durante más de 5 meses, y nada en el horizonte permite anticipar cuándo cesará el contagio. La enfermedad, que el presidente Jair Bolsonaro llegó a definir como una "gripezinha", se cobró tantas vidas como el cáncer entre marzo y julio de 2018 (los datos oficiales más recientes de causas de muerte a nivel nacional). Supera, de hecho, a las muertes por infarto, neumonía, o por accidentes de tránsito en ese mismo periodo. El perfil general de las muertes en Brasil sigue el patrón observado en otras partes del mundo. Más de la mitad de las personas infectadas que fallecieron son hombres y ancianos, según datos del Ministerio de Salud, que solo tienen en cuenta los casos hospitalizados. El peso de la enfermedad no es equitativo entre los grupos de edad, pero no se puede decir que la covid-19 mata solo a las personas mayores: una de cada nueve personas que murieron tenían menos de 45 años.

DESIGUALDADES EN LOS CUIDADOS

El acceso a la atención necesaria cuando hay una manifestación más grave de covid-19 está impregnado de desigualdad. Los datos brasileños no son lo suficientemente completos como para responder a la incidencia de muertes por raza y nivel de escolaridad, variables que en el país están fuertemente relacionadas con la desigualdad social. Sin embargo, las cifras sí permiten discernir que las personas fallecidas que se declararon brancas accedieron más a las camas en la UCI o ventilación mecánica: casi ocho de cada diez. Entre los que se identificaron como de raza preta, parda o amarela había menos de siete de cada diez. La imagen de la desigualdad es aún más dura para la población indígena. Históricamente sometidos a sistemas de salud más frágiles, solo seis de cada diez indígenas que murieron por la covid-19 pudieron acceder a esta clase de soporte, fundamental para la supervivencia ante la manifestación más grave de la enfermedad. Las vertientes de la desigualdad son igualmente visibles cuando miramos los datos por educación. La falta de UCI y ventilación mecánica es particularmente intensa entre las personas con menor grado de escolaridad, mostrando un efecto diferencial en este segmento en relación con todos los demás. Tres de cada diez personas sin escolarización murieron de la covid-19 sin poder acceder a una cama de cuidados intensivos o ventilación mecánica. Desde el comienzo de la crisis, las autoridades brasileñas informaron de que las muertes por Covid tienen una relación amplia con algunas comorbilidades. Los pacientes con cardiopatías, hipertensión y diabetes, por ejemplo, tienen más probabilidades de evolucionar hacia una manifestación grave, e incluso morir.

En Brasil, la incidencia de comorbilidades también está particularmente correlacionada con el nivel educativo. La enfermedad cardíaca, por ejemplo, es un 20% más frecuente entre las personas fallecidas con menos escolarización. El patrón de comorbilidades es también diferenciado por razas, pero de manera menos intensa. De las dos más frecuentes (diabetes y cardiopatías), los efectos más notables se dan entre las poblaciones indígenas, que en cualquier caso presentan seguramente problemas importantes no solo en la covid-19, sino también en estas otras condiciones. Si los brasileños sometidos a la manifestación más grave de la covid-19 enfrentan la enfermedad de manera desigual, el virus en sí también avanza a través de las diferentes regiones del país de manera diferente. Muchos factores pueden influir en esto, como la fecha de inicio de la transmisión comunitaria, el nivel de concentración de la población (que acelera el contagio) e incluso las decisiones de los administradores locales sobre el aislamiento social. Aunque la Organización Mundial de la Salud ya ha declarado que el coronavirus no tiene una característica estacional, el Gobierno de Brasil cree que la aparición de grandes olas de contagio en las regiones del Norte y Nordeste al comienzo de la crisis y la migración actual de brotes para el sur están relacionadas con la llegada del invierno en esta zona del país. Efectivamente, Brasil enfrenta diferentes olas localizadas de la epidemia, si miramos las muertes en una línea de tiempo. Hay fuertes enfoques concentrados en el norte y el noreste entre abril y mayo, con énfasis en Belém, Manaus, Fortaleza y Recife. Y desde junio, estas olas han migrado a las regiones del sur. Todavía es temprano para comparar intensidades dentro del país más grande de la región, pero si las primeras olas son alguna guía de lo que vendrá, a Brasil todavía le queda un largo camino hasta el final.

Con las cuentas oficiales en la mano, que ya marcan 3.000.000 de casos confirmados, menos de un 2% de la población del país habría pasado o estaría transitando la enfermedad. Este número está con toda seguridad subestimado en varios órdenes de magnitud, pero ni siquiera corrigiendo al alza la estimación se pondría Brasil en los umbrales que hoy se intuyen necesarios para adquirir inmunidad del grupo. Los datos aquí recogidos indican, además, que no todos sus habitantes dispondrán de las mismas herramientas para transitar el difícil recorrido que aún les queda por delante.