Mujer, hija, madre, abuela, esposa, estudiante, comerciante, apicultora, feriante, ama de casa, acordeonista, valiente emprendedora, italiana de pura cepa.- Confieso que pasé muchas noches pensando cómo escribir esta historia, intentando buscar la mejor forma de transmitir al lector lo que yo sentí con la emoción que reflejaban la mirada y el tono de voz de su protagonista en cada palabra. Desde el día en que mi teléfono sonó y alguien al otro lado se presentó como "una mujer grande de todos lados, de edad y de cuerpo" pidiendo una especie de permiso para contar algo que venía de lo más profundo de su ser, ahí quedé atrapada. Llegamos a conocerla un mediodía muy frío de junio, y al pasar la puerta principal, la calidez del hogar nos abrazó al instante. Nos recibió junto a su esposo, quien se disponía a cocinar. Ni lerdo ni perezoso, Alfredo, mi compañero de ruta, se ofreció para la tarea. ¡Vaya entrevista estábamos empezando! Ella había estado ordenando ideas durante varios días, dejando entrever la tristeza que le gobierna al recordar su origen.

QUESTA TRISTEZZA, QUESTA NOSTALGIA SONO IL RICORDO DELL'ITALIA MIA

Como nada nos apuraba hasta que el almuerzo estuviera pronto, viajamos a un pueblito pobre del interior de Italia donde la tierra sólo daba piedras. Allí un joven de 13 años quedaba huérfano de madre, a la vez que una adolescente de la misma edad, sufría la misma pérdida pero de su padre. No debió ser casualidad, que María Vincenza Lía y Salvatore Tortorella se conocieran y tuvieran un amor que duraría más de 60 años. Se casaron ella con 22 y él con 20. Una mujer que había nacido "madura", porque tuvo que criar a sus hermanos desde temprana edad, y un hombre que no había necesitado hasta entonces sacrificarse por un buen pasar económico. Pero la ley del momento obligaba, y el servicio militar se lo llevó lejos, dejando a María con un bebé en el vientre. El campesinado era una labor de alto riesgo, el pueblo carecía de servicios médicos, y el destino le arrebató esa niña al nacer. Pero el 11 de julio del año 1955, en Satriano de Lucania, Basilicata, una nueva luz de esperanza los abrazaría, nacía otra niña, y ahí comienza esta historia…

La pequeña Rocchi

ME LLAMO ROCCHINA PORQUE NACÍ MUJER

Este es un dato que no puedo dejar pasar, la identidad manifiesta en un nombre que estaba pensado para un varón, Rocco, como su padrino y abuelo paterno. Mandaba la tradición que así fuera, como también un curioso regalo familiar, que si hubiera nacido hombrecito recibiría mil liras, pero fue niña y tuvo que conformarse sólo con la mitad.

LA MAMMA PIU FORTE

Si bien Salvador no tenía un oficio, era un gran tenor, lo suficientemente bueno para haber conquistado a María y a cuanto ser humano lo escuchara, pero cuidado, si ella decía "statte zitto!" se terminaba el canto y el encanto. Y un día dijo: Nos vamos. María tomaba la decisión de dejar de buscar papas bajo la nieve por la ilusión de encontrar "latas de basura llenas de pan y carne". Y eso fue, una ilusión. Pero la vida la había vuelto un "torbellino" y una "locomotora que se llevaba el mundo por delante", y sin preguntarle nada a la pequeña Rocchina, se embarcaron rumbo a Uruguay en febrero del 57’, con todo lo que pudieron traer: la vajilla, la olla grande y hasta un chancho faenado que no habían podido vender – la vieja era previsora. Del otro lado del puerto, quedarían unos cuantos pañuelos blancos alzados al aire, húmedos de lágrimas, llenos de dolor. Porque es "difícil pal que se va, y pal que se queda". De este lado del Atlántico estarían las hermanas mayores de María, que ya habían probado mejor suerte en "L’América".

Maria y Salvatore

EL SENTIR DEL INMIGRANTE

Me detengo a escuchar la voz de Rocchina, que me va a leer algo que desde luego les paso a compartir: "Contingente de jóvenes con ansias de oportunidades para progresar que le fueron negadas en su propia tierra natal por distintas circunstancias, posguerra y resabios de la revolución industrial – Italia a nivel campesino era casi una sociedad feudal – Abandonaron y dejaron atrás su terruño y sus amores, en pos de sus sueños se embarcaron hacia lo desconocido, cuando las distancias eran una verdadera barrera. Soñaban con un hasta pronto y en muchos casos fue hasta nunca, pero siempre – siempre, repite - guardando en su corazón los deseos de volver" Se detiene a pensar que debe ser un efecto instintivo de la naturaleza porque las ballenas y las golondrinas también lo hacen, mientras recupera el aliento que le arrebataron las lágrimas. "Aunque el tiempo transcurrido nos diga una y otra vez que ya es demasiado tarde porque en el fondo nos enamoramos de esta tierra y no hay ya lugar allí – el terruño hoy alberga a otros inmigrantes – Plasmaron nuestra melancolía en canciones que nos hablan de esa tierra y de nuestros amores dejados atrás, la mamma, gli amici, il paisaggi…" Todas esas cosas las tenían que traer. Podría decirles que escuchen Terra Straniera, y se les pondrá la piel de gallina. No me envidien, pero yo tuve el placer de que la misma Rocchina me la cantara. Y si hay algo que un italiano lleva como insignia, es la música. Ya lo verán.

La familia antes de partir

LA BARRIADA

Me preguntó dónde creía yo que se habían radicado sus padres al llegar a Uruguay. Sinceramente no supe qué contestarle, las posibilidades eran infinitas; pero debí sospecharlo, "cerca de sus trabajos" apuntó. Don Salvatore, comenzó sus labores en la Primer Hilandería del Uruguay de Algodón S.A. (PHUASA), mientras María se desempeñaría en una pantalonera y en el servicio doméstico. Su primer hogar estuvo en el actual barrio Borro, en los campos de Bonomi. Allí mismo donde, a medida que la población crecía, vislumbraba un negocio familiar impulsado por una mujer de armas tomar, que permitiría a toda la familia salir adelante, un almacén que se mantuvo en pie hasta principios de la década del setenta. La pequeña Rocchi no podía ni asomar la nariz, pero crecían sus responsabilidades como mujer. Supo auxiliar a su madre en el almacén, atender al público y hacer las cobranzas. Sin darse cuenta se estaba preparando para el futuro, porque la vida siempre te pone en el lugar correcto. Al mismo tiempo, recibía la educación formal en la escuela de monjas españolas del barrio. Recuerda muy bien los nudillos de la hermana Serafina, aunque no tuvo dificultades en el aprendizaje; sobre todo en el idioma, gracias a que los inmigrantes recibían apoyo adicional para aprender español.

EL BULLYING DE ANTES Y DE SIEMPRE

Rocchina tiene un hermano, y por aquel entonces, al pequeño lo apodaron "el tanito". Pero la vieja que marcaba el paso, siempre le recordaba a su hijo: "tú tené nome" y en defensa de este niño, la hermana mayor supo castigar a Carlitos, con toda la tanada encima, agarrándolo de las orejas para hacerle saber que a la familia no se la toca. Carlitos era del barrio, y aún hoy lo es, tiene un negocio allí al que Rocchina visita, por ende, siguen siendo amigos. Ahí reina el idioma común de los inmigrantes, el de los sentimientos. Era común sentir la discriminación, hay una barrera de idioma, costumbres y una fisonomía que delata al que no es de acá, por eso es importante educar con empatía, integrar, y establecer vínculos, que claro está, pueden durar toda una vida. En definitiva, los valores esenciales del ser humano, son ajenos al lugar de origen.

DE TAL PALO, TAL ASTILLA.

La música la acompañó siempre. Y en honor a su padre quien solía decir que "el cantar espanta il fame", se defendió en tal sentido. Desde pequeña estudió acordeón, aún sin tener el instrumento para dar con la tecla. Anita, una gallega del barrio, la animaba a practicar haciendo ademanes con el "do-re-mi" Una vez que el camino estaba marcado, María accedió a un crédito en "El Palacio de la música", esas cosas de antes, un crédito sin garantía, de palabra, que se pagó hasta el último centavo, para poder regalarle el acordeón. Pero la fama la esperaba en la pantalla chica, y a los nueve años participó de un programa televisivo interpretando canciones italianas. Hubo que comprar un televisor en la casa para poder ver a la joven artista. De ahí no se despegó del instrumento, animaba las fiestas de la barriada, de la familia, y aún hoy, en residenciales de adultos mayores, deleita con la música. De pronto, se escucha la voz de Eloci, su esposo, para avisarnos que está pronto el almuerzo, nos damos cuenta que nunca tomamos el té que había preparado, y nos sentamos a la mesa para comer algo que hace honor a la entrevistada: pasta. Aún nos queda un camino por recorrer.

DE ADOLESCENTE A MUJER EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS

Estudiaba musicología en la Facultad de Humanidades, cuando el golpe de Estado terminó con ese proyecto. Con 19 años, empezó a cimentar uno de los pilares de "Il dovere", la familia. Se casó y dio a luz a su primera hija. Pero sin formación académica, debió encarar el pilar del "trabajo". Así pues, tal como lo aprendió de su madre, sacó la familia adelante. Tuvo menor suerte, ya que no contó con el apoyo en ningún sentido de quien fuera su esposo. Pero a la mujer italiana que latía bajo su piel, no la detenía ningún tropezón. Un día se calzó los zapatos, se puso una camisa discreta, y a las 4am puso primera en una Commer rumbo al Mercado Modelo a comprar frutas y verduras. Un "caramelito" de 23 años paseaba entre camiones y camioneros. Eloci, mira atento ahora, tal como miraba atento en aquel entonces. Una clienta especial, que recibió una atención acorde a las circunstancias.

Rocchina y Eloci

SIMBIOSIS DE AMOR

Llevan 37 años juntos, a pesar de que Rocchina no estaba muy convencida de volverse a comprometer y creer en los hombres. Ensamblaron una perfecta armonía entre, como se dice, "los tuyos, los míos y los nuestros"; hoy son ellos dos, los cuatro hijos y 3 nietos. Pasaron por muchas dificultades, adversidades económicas, despojos, y miradas intimidatorias de la sociedad. Ella reconoce haber encontrado el amor verdadero, y el placer de sentir que "cuando las cosas caminan derecho son más lindas" Alfredo, intenta amenizar, poniendo humor a la charla, con bromas que quedarán en la intimidad de este encuentro, pero que robaron risas y disiparon los malos recuerdos.

DE VUELTA A LA TIERRA QUE LA VIO NACER

Gracias a su arduo trabajo como apicultora, un oficio que no es común para la mujer, por la demanda de esfuerzo físico y los riesgos que conlleva, logró hacerse de ahorros suficientes para ir de visita a su tierra de origen. A sus 49 años, volvió a sentir bajo sus pies, el suelo que no pudo verla crecer. Con lágrimas en los ojos y emociones encontradas, revivió la dura historia de su madre en aquel lugar, ¡cuánto hubiera deseado que la acompañaran en ese preciso instante! Tanto tiempo predicando con el ejemplo, sembrando la honradez, con los recuerdos acumulados en el alma, a pesar de haber vivido en ese rincón con tanta miseria. Muchos lugareños la observaban con recelo durante sus paseos en el lago Sirino, la fiebre del "sudaca" les provocaba el rechazo o miedo que se quedara allí, como si fuera una invasora. También para su sorpresa, se encontró con una vecina que recordaba el momento exacto en que ella y sus padres habían partido para la maldita América. Vio en sus ojos la soledad del que se queda del otro lado del puerto, la tristeza que les nace al ver partir a sus coterráneos a una vida donde la vorágine de la novedad y el desafío de lo desconocido, amenazan con borrar el terruño y su gente. Pero no señores y señoras, no es así. Aquí todo se mantiene intacto en el corazón del inmigrante, no hay océano tan ancho ni profundo que pueda hundir la memoria de un individuo que no pidió irse lejos de su pago.

por SILVINA LORIER