Se murió de complicaciones derivadas del coronavirus, el pasado 13 de julio, luego de pelearla durante casi un mes y dos semanas estuvo entubado. No tenía ninguna morbilidad, mejor dicho tenía una excelente salud. Todo sucedió en Argentina, sin haber recibido una sola vacuna. Es un proceso, que aunque nos afecta mucho, como cualquiera puede comprender no ha concluido, estamos tratando de averiguar, de profundizar sobre el tratamiento, sobre los 10 días que estuvo en su casa con atención domiciliaria telefónica, sin que el médico se dignara una sola vez a visitarlo.

Asumo plenamente que todos, en primer lugar los médicos están en permanente y pleno aprendizaje en la lucha contra el covid y sus variantes y sobre todo que nadie nos va a devolvernos a Pablo, ni a su querida Paula que luchó como una leona hasta el último momento, ni a sus cinco hijos y a su nietito recién nacido, ni a sus hermanos, ni al resto de la familia y los muchos amigos y compañeros de trabajo que nos acompañaron en el mayor dolor de mi vida y estoy seguro que de una parte grande de la familia. Pero hay preguntas a las que quiero buscarle respuestas con la ayuda de querida Selva.

Pablo tenía 52 años, era ingeniero agrimensor y se había doctorado en el Politécnico de Valencia en Gestión de la Tecnología, Hacia muchos años que trabajaba en el BID, ahora con sede en Buenos Aires.

Todo lo que consiguió, desde trabajar con su amigo y admirado Rafael Guarga, primero en la Facultad de Ingeniería y luego en la Universidad de la República, luego montando la primera oficina de gobierno electrónico durante el gobierno de Jorge Batlle, con quien mantuvo una excelente relación a pesar de que mi hijo fue siempre frenteamplista. Incluso después de que yo me alejara en los últimos años.

Todo lo que consiguió fue a esfuerzo, a inteligencia, con mucho trabajo. Tenía un defecto, nunca se prestó a rebajarse ante jerarcas y jefes, era bastante conocido por esa actitud y sin embargo logró importantes resultados y logros en su empleo. Podría haber logrado muchos más si hubiera superado su "defecto". Era un peleador nato.

Conmigo también, nos pasamos queriéndonos y respetándonos desde que nació y se ganó a gritos y carácter su lugar en la casa, hasta que lo vi consciente por última vez, también competíamos y discutíamos. Era estudioso, lector incansable y aprendía siempre y una de las personas más inteligentes que conocí en mi vida y eso hacía que las conversaciones y las discusiones fueran tan interesantes para mí. Con él aprendí muchísimo sobre las nuevas tecnologías y sobre la innovación y sobre el mundo.

Me parece imposible, inconcebible estar escribiendo estas cosas en pasado sobre mi querido hijo, pero es inexorable, irreparable y creo que nunca lo asumiré.

Nuestra relación de padre e hijo, de hijo y padre fue siempre divertida, variada, discutida y profunda. Lo quise y lo quiero hasta partirme las entrañas y jamás encontraré las palabras para relatar lo que me está sucediendo.

Pablo tenía muchos amigos en varios países, colegas con los que trabajó y gente con la que compartió una parte de su aventura vital. Porque vivió muy rápido, muy acelerado, mucho más que 52 años. Y aunque lo sabía, la enorme cantidad de mensajes diversos que recibimos en estos días de parte de los que lo conocían y lo querían fue conmovedora. Duelen, porque te recuerdan a qué ser humano perdiste en esta tragedia que se ha llevado más de 4 millones de seres humanos y que todavía no ha sido detenida totalmente. Y no es un castigo divino, no hay explicación teológica que logre explicarnos a los seres humanos porque una mínima porción de materia viva nos está castigando de esta manera tan cruel e injusta. Es el devenir de la naturaleza, con sus hermosuras deslumbrantes y su ferocidad.

Hay tantas cosas que he perdido con la muerte de Pablo, con las heridas que dejó en su familia más próxima que no encuentro palabras, ni siquiera las busco. Las entrañas, el alma tienen rincones que solo los más grandes logran describir. Yo solo sufro, como no he sufrido en ningún otro momento de mi vida.

Aprendí de la peor manera, con la muerte primero de mi querido hermano Giorgio, mi hermano menor y entrañable y con la de mi Pablo lo que han sufrido de distinta manera millones y millones de familias y de personas en todo el mundo por esta pandemia y la terrible diferencia que hay entre las cifras, las estadísticas, las políticas de la salud, y el dolor en primer persona por perder un hermano y un hijo. Yo me consideré siempre alguien con suerte y ahora se me escurrió de las manos y de mi vida de la peor manera.

Asumí que ya no me queda tiempo para volver a ser feliz, aún en esos momentos fugaces de la felicidad, porque siempre tendré un hueco en el medio del pecho y una mancha imborrable en el cerebro.

¿Cómo puedo describir, rozar siquiera el cariño y el respeto que nos teníamos, las competencias por los mejores platos de cocina, porque era además un muy buen cocinero y un muy buen comedor o las discusiones políticas?

Tengo tantas anécdotas, desde que me visitaba desde la panza de su madre, Ana, embarazada de 7 meses, en el Grupo 5 de Artillería cuando estuve preso en 1968, hasta su niñez maravillosa y exigente, que nos puso a dura prueba, porque además en poco más de tres años nacieron sus hermanos Claudio y Andrea Verónica. En algún momento voy a tratar de escribir un relato más amplio del que incluí en Naufragios, porque se lo merece. Son muchas páginas de vida tensa, divertida, complicada desde que nació y creció en Malvín, en Buenos Aires, en Roma y su regreso a Montevideo. Luego su largo periplo por Valencia, Washington DC, Buenos Aires, Bogotá y su retorno permanente, alegre y feliz a su querido Uruguay, a Montevideo, Villa Serrana, Punta Ballena y Piriápolis. Su casa siempre estuvo abierta a los amigos y compañeros, muchos deberían recordarlo.

Dejó a sus queridos hijos, Adrian, Romina, Chiara, Luca y Allegra y su nietito Salvatore, que conoció pocas semanas antes de su fallecimiento.

Le gustaba vivir bien y todo lo que tuvo se lo ganó él y lo compartió con su familia y sus amigos.

Era un personaje que cada vez que salgo a la calle y trato de emerger de este pozo negro y doloroso, seguramente me encontraré con alguien que me lo recuerde y me abrace con afecto porque también sufrió la pérdida de Pablo.

Tengo una enormidad de recuerdos con Pablo y esos solo mi muerte me los puede quitar, pero que doloroso es vivir solo de ellos, me faltarán para siempre los encuentros, las broncas, su humor ácido y punzante, el futuro compartido y la tranquilidad de que dejaría atrás un ser maravilloso para continuar construyendo vida esta familia. Todos perdimos muchos y lo estamos sufriendo.

Gracias, muchas gracias a todas las personas que nos hicieron llegar sus saludos, sus abrazos, sus condolencias sentidas. Si los seres humanos tuviéramos ante la vida la misma sensibilidad que tenemos ante la muerte, este mundo sería mucho mejor.

por Esteban Valenti