por Esteban Valenti

¿Tendremos que esforzarnos para salir de la pandemia y de esta página trágica del calendario que nos tiene atrapados? ¿Cómo, hacia dónde? Que tenemos que salir con vacunas, tapabocas, CTI, alcohol en gel, sistema sanitario, bloqueo de viajes, cuarentenas obligatorias y distanciamiento, nadie tiene dudas, pero la segunda pregunta es la clave y no todos tenemos ni cercanamente las mismas respuestas.

Una parte, la que siempre defenderá y defiende que después de cualquier cataclismo, guerra, pandemia o revolución, debemos siempre regresar a lo mismo, lo más parecido al pasado, sin tocar nada, o porque tienen pavor a cambiar y creen que el cambio es el peligro, o porque les conviene y quieren seguir manteniendo sus privilegios, sus riquezas, sus miserias humanas. No se trata ni siquiera de ricos contra pobres, son la inmensa mayoría, que por diversas razones, solo quieren volver al pasado. Ni los roza la idea de que esta pandemia que está revolucionando el planeta, las sociedades, la salud, la economía, las comunicaciones, el estado de ánimo general, las fortunas y las miserias, debería salir realmente hacia adelante, aprendiendo la terrible lección que estamos recibiendo. Porque lo más difícil de cambiar han sido siempre las ideas dominantes, esas resisten hasta los peores virus.

No nos hagamos ilusiones - digo, los que pensamos que deberíamos salir mejores, con más humanismo, con un renovado sentido de justicia, con un aprecio muy superior por la libertad pero también por la solidaridad humana y una conciencia multiplicada sobre dos cosas aparentemente contradictorias: los enormes peligros que nosotros mismos hemos generado y estamos generando para nuestra especie y para todas las especies vivas y en segundo lugar la capacidad impresionante, emocionante de los seres humanos y su ciencia, su investigación para encontrar remedios, vacunas y soluciones en tiempos record.

Yo no me hago ilusiones y por eso soy pesimista. Saldremos de esta, con un alto costo, en enfermos y sus secuelas más o menos graves, en muertos, en riqueza destruida, en pobreza y super ricos multiplicados y con las ganas de siempre de treparnos lo antes posible a la carrera por un cacho de riqueza individual o a lo sumo familiar y los que tienen con una visión más amplia, por la riqueza de su grupo de accionistas.

¿Alguien cree que los líderes de los grandes países, de los que deciden, los que han sufrido irónicamente con más fuerza el impacto de la pandemia en el norte del mundo, reforzaran su conciencia, su visión de que hay cosas muy profundas que deben cambiar? Nunca sabremos, si no quieren, no les conviene o directamente no pueden.

¿Quiénes creen que comprenderemos que esta virus maldito no es una combinación biológica casual, sino el resultado de nuestra "civilización" que ha hecho crecer explosivamente las ciudades, sobre todo en Asia, invadiendo los bosques y poniendo en contacto especies animales (incluyendo seres humanos) que no debían hacerlo y generando mutaciones de uno solo de esos millones de virus desconocidos o que conviven con nosotros sin molestarnos? Fuimos nosotros a molestarlos y a activar su mutación y recogemos los resultados. ¿Algo cambiará en ese sentido?

¿Alguien cree que en los tiempos necesarios aplicaremos en serio las resoluciones de las conferencias de Kioto, de Paris y lo que reclama la inmensa mayoría de la academia o seguiremos escudados en las campañas pagas de las grandes empresas, para seguir generando gases efecto invernadero a todo vapor y hasta que sea tarde?

Vivan los optimistas, yo me declaro tachuela y lo hago observando nuestro comportamiento durante varias décadas. Seguimos avanzando hacia el precipicio del cambio climático y del calentamiento global a pazo de ganso, a toda marcha y a todo CO2 y sus colegas.

¿Alguien ve la mínima señal de que retrocederemos un milímetro, algo, en esa infernal carrera que se devora millones de millones de dólares, de alimentos, de agua, de medicamentos, de escuelas, de viviendas, de un mendrugo de civilización para millones de seres humanos y lo despilfarramos en armas cada día más sofisticadas que podrían destruir el planeta miles de veces y que de todas maneras ya se ocupan de destruir pueblos y naciones enteras, en Yemen, en Siria, en Libia, en Sudan, en Nagorno-Karabaj, Afganistán, Irak, Cachemira en la República Saharaui, el Kurdistán, y en las que vendrán a sumarse? Eso sí, con prolijas armas convencionales.

La luz al final de este túnel, que todos proclaman, es tan gris, tan opaca, tan llena de chirimbolos de colores y de engaños tradicionales, que nos ilusiona que es volver a la comodidad de antes. Pero es falsa, no era comodidad antes, y por eso estamos atravesando esta pandemia y no será comodidad después. Si no cambiamos, desde nuestra gobernanza mundial, nuestras prioridades de desarrollo, nuestro sentido de la libertad más plena pero para todos y no administrada por el poder y el dinero.

Lo lamento, amigos y sufridos lectores, esta debería ser una tradicional columna de optimismo y de alabanza. No me sale, ni desde el optimismo de la voluntad y menos aún desde el realismo de la inteligencia.

¿Qué nos queda? Lo de siempre, pelear, luchar, discutir, indignarnos, arriesgarnos. Lo que siempre hicimos los hombres para vencer las oscuras fuerzas de la conservación y el retroceso. ¿Es incómodo, si, es muy incómodo?