por ESTEBAN VALENTI

La reforma constitucional de 1996 es una obra maestra de la ingeniería electoral, en un país que tiene una vasta y rica experiencia en la materia. Ese año los partidos tradicionales sentían un fuerte soplo de que la izquierda podía llegar al gobierno nacional. Ya se había producido en 1989 el cambio histórico de que por primera vez un partido externo al binomio de blancos y colorados había conquistado un gobierno departamental y nada menos que el de Montevideo.

 

Dentro de la propia izquierda esa reforma desató polémicas profundas y determinó la renuncia del Presidente del FA, el general Liber Seregni. La reforma de la Constitución correspondiente a los cambios en el sistema electoral fueron aprobados apenas por el 50.5% de los votantes, a pesar de contar con el apoyo de los dos partidos tradicionales y de la inclinación de una parte del Frente Amplio.

Era una pieza maestra y compleja del sistema electoral que el Uruguay tuvo y tenía una gran importancia. Primero, los partidos debían presentar un solo candidato a la Presidencia de la República, previa una elección "interna" o primaria donde sería electo un Órgano Deliberativo Nacional de 500 miembros, que designaría la fórmula de Presidente y vicepresidente. Se partía de la base de que sería elegido - aunque no está establecido de manera explícita - el pre-candidato que obtendría la mayoría de los votos, aunque no fueran la mayoría absoluta de su partido.

Esa elección, que en este año 2024 se realizarán el 30 de junio, sería sin voto obligatorio. En un país con una fuerte tradición e importancia del voto obligatorio, se excluía en una instancia fundamental, las elecciones internas. ¿Por qué?

Hay que hacerse la pregunta y especular porque en materia electoral, los "sabios" de los dos partidos tradicionales no mueven una pluma sin pensarlo y analizarlo mil veces y con extremo cuidado.

Sigamos. Luego vienen las elecciones nacionales donde se vota por la fórmula presidencial de cada partido o lema y se eligen los parlamentarios (senadores y diputados), en este último caso de manera totalmente proporcional, es decir sin colegios para cada uno de los 130 cargos. Eso sí, mientras los senadores corresponden a un único circuito nacional proporcional, los diputados se distribuyen proporcionalmente entre los diversos departamentos. Pero al finalizar todos los cálculos, cada partido tiene el número de diputados proporcional a sus votos, distribuidos por los 19 departamentos.

Mientras para elegir senadores se pueden y se hacen sub lemas dentro de los partidos, para elegir diputados no se admiten sub-lemas departamentales. Todo bien zurcido.

El nivel de participación voluntaria en las diversas elecciones internas dice muchas cosas.

 

 

Algunas primeras conclusiones: El porcentaje de votantes en las internas descendió del 53.8% en las primeras del año 1999 al 40.29% de los habilitados en el 2019. Un porcentaje significativo. El año más bajo fue el 2014 con el 37.27%.

Está claro que estas primarias sin voto obligatorio les permite a los partidos tradicionales, en su dura lucha interna, desplegar todo su aparato en todo el territorio nacional y superar al FA. Excepto en el año del "desastre" 2004, donde de todas maneras el FA ganó las elecciones nacionales en primera vuelta, pero en las primarias obtuvo el 42.76%...

En todas las otras Primarias o Internas ganaron los partidos tradicionales, mientras que el FA obtuvo victorias en las elecciones nacionales del 2009 y 2014, con mayoría parlamentaria propia.

Es notorio que las internas del año 2019 ya preanunciaban la derrota de octubre de ese año, el FA obtuvo solamente 22.62% y en relación a las elecciones Internas anteriores descendió más de 13% !

NO HAY NINGUNA LECTURA MATEMÁTICA POSIBLE, NI SIQUIERA ESTADÍSTICA, PERO SÍ ANÁLISIS POLÍTICOS.

Uno de ellos es que un papel fundamental del resultado de las primarias se da por el aporte de los votos del interior del país, donde el peso de la disputa entre caudillos locales y el aparato de los dos partidos tradicionales es fundamental. Obviamente no todo se explica por ello.

Con 259.000 votos del FA en las elecciones internas del 2019, la posibilidad de una derrota era estridente. Y el FA no le prestó ninguna atención a esa etapa de movilización, al contrario.

El segundo aspecto de la reforma de 1996, singular y único en el planta Tierra, es que para ganar en primera vuelta (sin balotaje), en Uruguay hay que ganarle a todos los votos emitidos, es decir a los votos de todos los partidos juntos, los votos en blanco y los votos anulados. Insólito y totalmente calculado contra el Frente Amplio.

Ya nos hemos acostumbrado a dar la batalla en ese terreno.

Lo que queda claro (a la espera de más elementos) es que en todas las elecciones, pero en esta en particular, el resultado del mes de octubre, es decir de quien gobernará el país en el año 2025, es cuántos ciudadanos participarán de la elecciones internas del 30 de junio de 2024 y sobre todo cuántos votantes aportará el Frente Amplio. Si no supera holgadamente los 400.000 votos, es decir, recupera los porcentajes previos al 2019, todo será muy difícil.

No se trata solo de números o porcentajes. Cuantos más votantes tenga el FA en la interna de junio, mejor reflejarán el estado de ánimo y de opinión del conjunto del electorado nacional para el mes de octubre y elegirán al mejor candidato para poder ganar las elecciones.

No hay absolutamente nada ganado, pero están dadas las condiciones para ganar. Por los desastres ajenos y por las alternativas diversas y con más amplias posibilidades del propio FA. Las encuestas hay que seguirlas y leerlas completas, los votos seguros, las posibilidad de ampliar el electorado tradicional y las resistencias de cada uno de los candidatos.