El corazón geográfico de la Argentina, en el norte de la provincia de Córdoba, alberga un gigantesco mar interior, muy poco conocido pero esencial para las aves migratorias, a cuyas orillas florecieron historias de fantasmas y un balneario que tras una larga historia de inundaciones hoy recupera su esplendor. Para los habitantes de Miramar de Ansenuza, el único pueblo levantado al borde mismo de la laguna de Mar Chiquita, este gran espejo es, simplemente, "el mar". No es para menos: aquí la vista se pierde sin que la frene el horizonte donde funden el cielo y el agua. El enorme espejo tiene 70 por 75 kilómetros de superficie, lo que la convierte en el quinto lago salado más grande del mundo y el mayor de Sudamérica. Y aunque luce calmo en toda su extensión, quienes lo navegan -cuenta a ANSA Hugo Giraudo, guía del Museo de Ciencias Naturales local- saben que mar adentro las olas pueden superar los dos metros de altura.

Nada de eso aleja a los flamencos que hicieron de Mar Chiquita su propio paraíso. De las cuatro especies que viven en América, tres se ven en Sudamérica y esas tres se pueden avistar aquí: se trata del flamenco austral (presente todo el año), y de la parina chica y grande, que vienen de las lagunas altoandinas. Es natural que hayan elegido este lugar para alimentarse: en esta gran cuenca endorreica -el agua de los tres ríos afluentes entra pero no puede salir- se acumulan sales y minerales ideales para el desarrollo de la artemia salina. Y la artemia -el famoso "sea monkey" de los años 60- es el principal alimento del flamenco. Mar Chiquita, que tiene unos 100.000 años de antigüedad, será muy pronto un nuevo Parque Nacional. Pero ya es sitio Ramsar y forma parte de la red hemisférica de aves playeras, que vuelan miles de kilómetros sin pausa de un hemisferio a otro y encuentran aquí un refugio reparador, explica la responsable de Turismo, Silvia Arrieta.

Los más de 300.000 flamencos que pueden concentrarse aquí en el verano austral, sin embargo, permanecen ajenos a los misterios del lugar. Están por un lado las sucesivas inundaciones: tres veces Miramar de Ansenuza fue barrida por las aguas, y tres veces reconstruida. Aunque más que misterio, se trata en realidad de un proceso natural por el cual la laguna crece y decrece con los años. Lo que sí es un enigma es el origen del nombre: entre las muchas teorías, se cree que podría derivar de "Anchichusa", "cuerpo de agua vacío", según los indios sanavirones que habitaron el lugar. Lo demás sería una derivación andaluza de los primeros europeos que llegaron al lugar.

El otro misterio ronda la imponente silueta del Hotel Viena, que en los tiempos de esplendor del balneario -hasta aquí llegaban las familias pudientes de Córdoba para baños de barro y minerales de la laguna- concentraba un incipiente turismo VIP. De hecho las propiedades curativas de la laguna eran bien conocidas, y hay testimonios de que estuvo aquí el Cura Brochero, recientemente proclamado santo, el humilde párroco que recorría las sierras cordobesas a lomo de mula a principios del siglo XX. Pero en el Viena el público era otro: familias acaudaladas y, según la leyenda, también simpatizantes de los nazis. Es sabido que la Argentina fue un refugio de alemanes simpatizantes del nazismo, o directamente jerarcas del régimen, que intentaron salvar la piel tras el fracaso alemán en la Segunda Guerra Mundial. El estilo racionalista alemán del edificio contribuye a reforzar el mito de una presunta presencia nazi en el Hotel Viena. Originalmente en el terreno existía una Pensión Alemana, luego reemplazado por el lujoso hotel, que terminó de construirse en 1945. Con comodidades y adelantos insólitos para la época, sobre todo en un pueblo que no superaba los 1.500 habitantes, el Viena sobrevivió a los vaivenes de la historia, de las disputas entre los herederos y a las inundaciones.

Pero no pudo eludir la fantasía que se tejió a su alrededor, sobre todo tras la misteriosa muerte del jefe de seguridad, Martin Krueger, que se cree murió envenenado en 1952. Desde entonces, en la habitación 106 ocurren supuestos episodios sobrenaturales, especialmente -explica la guía del recorrido- porque las cámaras captan la "energía de una mujer sentada al borde de la ventana". Podría ser la pareja de Krueger, también muerta en raras circunstancias. El ambiente derruido, los largos pasillos y la luz oblicua que apenas se cuela por las persianas entrecerradas contribuyen a la ilusión: hay quien dice que aquí fueron fotografiados fantasmas, y son muchos los que regresan con la ilusión de conseguir su propia foto de un espíritu. En todo caso, el Hotel Viena está declarado como primer lugar en Sudamérica y quinto en el mundo de actividad paranormal, lo que le valió ser escenario de películas y atraer la atención de documentalistas de todo el mundo hasta este perdido paraje del corazón argentino.