El hallazgo de 119 cráneos que forman un Tzompantli, una especie de altar o torre de restos óseos, consagrada a Huitzilopochtli, una de las principales deidades aztecas, en pleno Centro Histórico de la capital mexicana, fue anunciado por un grupo de arqueólogos.
Los especialistas del Programa de Arqueología Urbana del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) anunciaron que el descubrimiento de esta especie de muralla en honor al dios del sol (y también de la guerra) entre los aztecas o mexicas, se registró en marzo, pero hasta ahora fue dado a conocer.
Los cráneos aparecieron a partir de los trabajos de remodelación de un edificio histórico, cerca del Templo Mayor, el mayor santuario mexica de la capital.
Las labores iniciaron hace cinco años, cuando fue localizado el extremo noreste del "Tzompantli", construido por algunas culturas prehispánicas de México, formada con cráneos talladas en piedra y estacas en la parte superior donde se colocaba la cabeza de personas sacrificadas con fines rituales y políticos.
Los 119 cráneos fueron localizados a 3,5 metros por debajo del nivel del suelo y se suman a otros 485 identificados previamente, muy cerca del Templo Mayor, el principal santuario de la cultura azteca.
El llamado Huei Tzompantli (Huey significa "gran", en la lengua de los aztecas) fue consagrado entre 1486 y 1502, es decir, unos pocos lustros antes de la conquista española.
Los cráneos corresponden tanto a hombres como mujeres y tres a niños.
En la cosmogonía mexica el Huei Tzompantli era considerado más un edificio de vida que uno de muerte, pues ofrendaba los sacrificios humanos para dar continuidad al Universo.
La torre ósea de tipo ritual (en realidad una suerte de muro circular) fue una de las cosas que más asombraron a los primeros españoles en llegar al Valle de México.
El ritual del sacrificio subyace en lo más profundo de las prácticas religiosas de la civilización mexica en los siglos XIV y XVI y para los ojos occidentales parece una forma "brutal" de preservar el estilo de vida de este imperio.
La meta era amainar la furia de los dioses mediante la ofrenda de la vida humana, por lo cual un sacerdote cortaba, en la piedra de los sacrificios, el torso de un cautivo y solía arrancar el corazón aún latente.
Después, el cráneo se rescataba, se le hacían agujeros en las sienes y se deslizaba sobre un poste de madera, para ir construyendo el altar, que también servía para rendir culto a Tlaloc el Dios de la lluvia.
El aspecto macabro de los tzompantli causó horror entre las tropas de Hernán Cortés, el jefe de la primera expedición española a México.
La referencia a los tzompantli no existía más que en los escritos de los cronistas de la conquista, por lo cual muchos estudiosos pensaban que podría ser un invento destinado a desacreditar a las civilizaciones antiguas mexicanas.
Sin embargo, el hallazgo del primer tzompantli en 2015 fue una confirmación de que era una realidad.
Según los especialistas, el 75% de los cráneos corresponde a hombres de entre 20 y 35 años, la mayoría "esclavos" o cautivos de guerra, pero el 25% restante a mujeres y niños.
Según la revista Science, muchas víctimas eran "esclavos vendidos en los mercados de la ciudad expresamente para ser sacrificados".
Se presume que había también tzompantli en otras culturas prehispánicas como la maya pues por ejemplo la arqueóloga Vera Tiesler, citada por la publicación especializada, encontró seis calaveras con agujeros en cada lado en la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, fundada 700 años antes de la metrópoli azteca.
Sin embargo Tenochtitlan, como se llamaba a la hoy Ciudad de México en tiempos de los aztecas, fue "la máxima expresión" de esta peculiar tradición, según los expertos.
Más allá de lo ritual, otros especialistas creen que estos altares también eran "una demostración de poder" y una advertencia a los propios habitantes del Valle de México, en la cual lo político se mezcla con lo religioso.