Todo hacía presagiar una jornada tranquila cuando, en la mañana del viernes, a bordo de su barca "JanJ", no lejos de Cabo Cod, el pescador Michael Packard se zambullía por segunda vez en busca de langostas cuando, imprevistamente, un sonido sordo, un fuerte empujón y la oscuridad lo envolvió, había sido tragado por una ballena.
Por espacio de 30-40 infinitos segundos temió lo peor.
Primero pensó que fue comido por un escualo blanco, pero se notó todo entero. Y necesitó un poco de tiempo para comprender que había sido engullido por una ballena azul.
"Sucedió todo tan velozmente. Mi único pensamiento era cómo salir de su boca", dijo Packard.
Ayudado para respirar por una bomba de oxígeno con la que se había arrojado al agua, Packard comenzó a pensar en una vía de escape, consciente que el enorme mamífero podría "hacer de él lo que quisiera. Podía tragarme o escupirme".
Y lo que salvó al marino no fue otra cosa que un ataque de tos: la ballena primero emergió a la superficie, luego comenzó a mover su cabeza y, en pocos segundos, Packard se hallaba en el agua, vivo y salvo.
"No podía creerlo", aseveró sonriendo al narrar su increíble historia en el hospital donde fue internado para efectuarle controles, pero dado de alta poco después.
"Podía percibir que me movía en el interior de la ballena y, sobre todo, percibía los músculos de su boca", precisó.
Su aventura trae a la memoria 'Whale of a Tale', la canción de Kirk Douglas en "20.000 leguas de viaje submarino", pero todavía más, el bíblico, Jonás, y los cuentos de Moby Dick y Pinocho.
Tal como en el libro de Herman Meville, la increíble historia está ambientada en Massachusetts, uno de los lugares más conocidos en el mundo por el avistamiento de ballenas.
A manera de Pinocho, Packard es ingerido enteramente. A diferencia de Gepeto, que quedó en el mamífero por espacio de dos años luego de ser tragado "como un torbellino de Bolonia", Packard vivió solo segundos de terror donde el miedo dio paso al pensamiento en sus hijos de 15 y 12 años.
Los expertos en el área catalogaron como un "incidente" la aventura-desventura del pescador, de 56 años, porque las ballenas azules no son animales agresivos, y menos aún con los seres humanos. Empero, ello no quita que para Packard se trató de una verdadera pesadilla.