por Esteban Valenti

Luego de muchas postergaciones por la pandemia y a casi tres años de habernos casado con Selva, estamos de Luna de Miel. Lejos del Uruguay.

 

Esto nos permite y nos obliga a mirar al país con otra perspectiva, menos urgente, menos cotidiana y sobre todo, comparando, observando nuestra tierra desde otras latitudes y problemas diferentes y similares. Lo que hoy es más global que nunca, son los problemas que afrontan los seres humanos.

La peste todavía no ha terminado y la disminución de contagios y de muertes, como resultado de la inmunidad fundamentalmente generada por las vacunas, no resuelve un interrogante enorme: ¿Qué otros peligros a nuestra salud tendremos por delante? Eso es universal, no hay barreras que puedan contenerlos. ¿Los seres humanos habremos aprendido algo de esta larga pandemia, que no sean las cosas elementales y básicas?

La guerra cambió de calidad e intensidad. Guerras hubo y hay en todo el planeta, pero ahora es en el corazón de Europa y en ella interviene una de las dos super potencias nucleares. Nos conmovemos ante las tragedias humanas, pero seguimos adelante ¿Hasta dónde? Es claro que el mundo ya ha cambiado y la prioridad actual es armarse, prepararse para futuros combates y el peligro creciente del calentamiento global, la necesidad de enormes inversiones para enfrentar ese cataclismo sin retorno pasó a otro nivel y es otra prioridad. Y eso es gravísimo, es la más grave consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania y la danza del belicismo en diversos países desarrollados y armados.

Estas gigantescas cargas que afronta el mundo han reducido sensiblemente la capacidad de manejar a nivel intelectual, político, cultural, las sutilezas, las reflexiones complejas que tanto necesitamos y todo empuja hacia el blanco o negro. Esa es una enorme derrota global que estamos sufriendo todos, no solo los intelectuales, los científicos, los hombres y mujeres de la cultura, pero también los políticos, los líderes de movimientos sociales, los educadores.

Un gran peligro para el Uruguay actual, mirado desde lejos es que nos aplaste la simpleza, la falta de audacia intelectual, las preguntas básicas, la lógica de los negocios y de los números sin alma y sin cultura. Que perdamos cosas que nos dieron identidad desde hace más de un siglo. Estamos al borde.

El Uruguay tiene innumerables ventajas para encarar la nueva globalización. Tiene espacio y espacio utilizable y fértil, en un mundo cada día más necesitado de espacio. La clave es saberlo utilizar, no con promociones sino con un proyecto renovado y a la altura de este nuevo y dramático tiempo. Eso requiere poner en movimiento toda la capacidad política, científica, cultural, social, empresarial, educativa, investigativa y creativa. Estamos muy lejos.

No debemos hacernos ilusiones y mentirnos entre nosotros, tenemos diferencias importantes y es lógico, histórico y válido tener esas diferencias. El problema es como las manejamos.

Si de lo que se trata es de combatir a ciclos de un lustro, para imponer cada uno su visión y no construir juntos zonas fundamentales de acuerdo y de proyección nacional, el cálculo y la disputa por el próximo lustro de poder lo dominará todo y lo hará todo más elemental y más pobre. Y perderemos algo que es fundamental: tiempo.

El Uruguay puede proponerse un proyecto donde combinar adecuadamente la producción, la convivencia con el medio ambiente, las condiciones sociales aceptables, es decir donde los extremos no sean vergonzosos. No se trata de sensibilidad, sino de inteligencia, de sabiduría, una sociedad de tres millones y medio de habitantes en 177.000 kilómetros cuadrados productivos en su enorme mayoría, con capacidades de producción científica y técnica interesantes, aunque necesiten un fuerte impulso, no puede convivir con la enormidad de rancheríos y de miseria que hoy tenemos. No es solo por sensibilidad social, es por inteligencia para poder desarrollarnos. Ese es el principal lastre que tenemos para nuestro desarrollo.

Y no hay otra manera de resolverlo que utilizando todos los recursos disponibles y simultáneamente, en particular: alimentación, salud, educación y vivienda. Y se puede.

Desde lejos podemos ver como en el corazón de la "civilización occidental y cristiana" se han ido degradando las condiciones de convivencia, aunque tengan un PBI por habitante muy superior al nuestro y enormes masas de refugiados, de emigrantes se agolpen en sus fronteras.

El único proyecto que logro rescatar, que respete incluso nuestra identidad y nuestra historia es el del Estado del Bienestar, que supimos tener y que en tiempos nuevos y tan diferentes, tiene los cromosomas de una sociedad mucho más justa, con muchas más expectativas y con multiplicidad de proyectos estatales pero también privados.

Estas afirmaciones reconozco que son muy suaves, muy afelpadas, porque las diferencias ideológicas son profundas y hay límites a los que estamos obligados, pero no decirlas sería una hipocresía. La derecha, que en el Uruguay existe, vaya si existe y tiene historia y tiene un plan, no es igual a la derecha europea, pero las líneas cardinales de su pensamiento y de su acción se están desplegando y no pueden replegarse de ellas, son su propia esencia y es lógico y natural que las desplieguen.

La gran derrota del Uruguay, irónicamente la que comenzó en la cumbre, en los años 50, fue la decadencia, la falta de un proyecto, la renuncia a la audacia de las reformas y la apertura de las porteras para el ingreso de la derecha al gobierno y una cuesta de caída cada vez más empinada.

Una decadencia en todos los terrenos, en el institucional, político, económico, cultural, social y educativo que se fue acentuando hasta caer en el pozo negro de la dictadura, que no fue un accidente, fue la consecuencia más trágica de esa decadencia, donde cada uno con diferentes niveles tenemos nuestras responsabilidades. Eso si, todo con la ayuda, el impulso de norteamericanos y brasileros golpistas.

El corazón, el alma de la derecha y sus aliados es el modelo económico y de él no pueden liberarse porque es su lazo de unión con los sus sectores sociales y con su filosofía del avance del país, es el ligamento y el candado. Y con variables y matices, fue el alma de la decadencia nacional de los años 50 en adelante.

La derecha también recibió el impacto del referéndum, pero ya desde antes están movilizados por el revisionismo histórico, están en plena ofensiva, con discursos renovados, con reivindicación de personajes y de fechas y con acciones y petitorios. Y disponen de diversos sectores políticos para sus acciones.

En Europa, con otro escenario, otras cifras, otro respaldo continental también afrontan los mismos problemas, agravados por la pandemia. Aquí hay una derecha, mucho más de derecha que en Uruguay y hay que reconocerlo y evaluarlo, al menos que la derecha gobernante.

Cuando se escucha decir que en temas económicos o comerciales hay que sacarle la ideología, en realidad su visión de la economía y el comercio es la clave ideológica de su visión de la sociedad.

Las fuerzas progresistas y de izquierda marcadas por la derrota del 2019, en particular octubre y la fuerte caída en votos, logró construir su camino de salida a flote con el referéndum. Pero simplemente dejándose deslizar por el impulso o esperando los errores y consecuencias del gobierno no alcanzará sus objetivos, porque para gobernar una nueva y más ambiciosa, más precisa etapa de cambios en el país, hay que construir una base política y social más amplia, más sabia, menos permeable a los efectos del poder y sus deformaciones. Rejuvenecerla no solo en las nuevas generaciones, sino en las ideas, que serán más radicales, cuanto más transformadoras, serias y bien elaboradas se construyan y se apliquen.

La política de restauración y de profundización de la zanja social, el revisionismo debería servir de aliciente para que la dirigencia de izquierda, sus estructuras, haga un enorme esfuerzo por parecerse, por representar al pueblo de izquierda.