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Una simple pregunta a la que en Argentina en 2003 no se había dado respuesta, solo porque nadie la había formulado todavía. "Adónde han ido los aviones de los vuelos de la muerte?".

Así nació la investigación que llevó al fotoperiodista italiano Giancarlo Ceraudo y a la periodista argentina Miriam Lewin a identificar tres de los dispositivos utilizados por la dictadura militar (1976-1983) para arrojar al mar cuerpos, muchas veces aún vivos, de opositores políticos haciéndolos desaparecer para siempre.

Treinta mil "desaparecieron" durante una investigación de 10 años, que llevó al descubrimiento en 2013 de los planes de vuelo de uno de los aviones, situado en Estados Unidos, en Fort Lauderdale. Una prueba incontrovertible que condujo a la cadena perpetua a tres de los pilotos de los "vuelos de la muerte".  Hombres que, maniobrando el joystick de ese aparato, ayudaron a exterminar a una generación.

"Un círculo que se ha cerrado", evoca Ceraudo en entrevista con ANSA junto a Lewin, sobreviviente de la ESMA, el centro clandestino de detención de la Marina emblema del horror, donde permaneció desde 1977 hasta el final de la dictadura, en 1983.

Veinte años después del inicio de la investigación de Ceraudo, el círculo se ha vuelto a cerrar. Según los informes, el gobierno argentino compró el Fort Lauderdale Skyvan y lo traerá de regreso al país. Y a partir del 5 de mayo el fotógrafo italiano exhibirá su obra, "Destino final", en una importante muestra en el Centro Cultural Kirchner como parte de las conmemoraciones por los 40 años del retorno de la democracia.

"Cuando decidí venir a Argentina en 2003, me di cuenta de que la página de aviones aún estaba en blanco", explica Ceraudo. "La primera vez que conocí a Giancarlo inmediatamente me preguntó si sabía de los aviones. Me dijo que era importante encontrar a los pilotos", señala la periodista Lewin.

Los dos comenzaron así a investigar juntos para rastrear los Elettra y Skyvans pertenecientes a la Fuerza Aérea y la Marina, que el capitán de corbeta Adolfo Scilingo, el primer militar que confirmó la existencia de los vuelos de la muerte, había descrito detalladamente en un libro. Ceraudo y Lewin descubrieron que la Prefectura de Marina había operado cinco Skyvans, dos de los cuales habían sido derribados durante la Guerra de las Malvinas/Falklands.

"Quedaban tres", dice la periodista. Uno había sido vendido a una empresa en Luxemburgo; un segundo a una empresa que prestaba servicios a las fuerzas armadas del Reino Unido; y el tercero estaba en Estados Unidos, en Fort Lauderdale, todavía empleado en el servicio aeropostal con las Bahamas. El más accesible de los tres fue el de Estados Unidos. Un periodista independiente entrevistó al propietario.

"Increíblemente, el hombre se mostró dispuesto a conversar y reveló que tenía planes de vuelo que datan de cuando la aeronave estaba en servicio para la Prefectura Argentina", destaca el fotoperiodista. Hasta entonces solo había informes de vuelos de la muerte, pero ninguna evidencia. Nunca. En los planes figuraban las fechas, los nombres de los pilotos, el punto de origen (el aeropuerto Aeroparque de Buenos Aires), la duración y el "destino final" de cada vuelo (casi siempre el aeropuerto de Punta Indio sobre el Río de la Plata.) Y los registros coincidían con las descripciones de Scilingo.

No solo. Entre las anotaciones había una en particular: una fuga el 14 de diciembre de 1977, misma fecha en la que se desaparecieron los cuerpos de las 12 personas secuestradas en la iglesia de Santa Cruz de Buenos Aires. Entre ellos la fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, y dos monjas francesas, Leonie Duquet y Alice Domon. "La repatriación de ese avión es importante para las futuras generaciones en la Argentina y en el mundo -subraya Ceraudo-. Estos hechos no deben repetirse". Nunca más.