por Marcos Romero

Los disfraces y adornos de Halloween o Día de Brujas, que coincide con el tradicional Día de Muertos en México, inspirados en la "narcocultura", se popularizan cada vez más en este país, que sufre desde hace casi 15 años la peor ola de violencia en muchas décadas.
Algunos negocios colocaron junto a los habituales esqueletos y brujas cadáveres en bolsas negras rodeados de cinta adhesiva y desde hace tiempo se venden en el país disfraces de "sicario" o de célebres figuras del crimen.
Las máscaras típicas de Frankenstein, el Hombre Lobo, Jason, Freddy Kruegger o de "La Catrina", muy habitual en México, siguen siendo comunes, pero ahora hay otros que surgen precisamente de la narcocultura.
La Catrina es un esqueleto de mujer ataviado con lujosa vestimenta, creada por el grabador del siglo XX José Guadalupe Posada y reivindicada por la famosa pintora Frida Khalo y su legendario esposo el muralista Diego Rivera.
A partir de 2019 sobre todo, comenzaron a verse por las calles a niños pidiendo su "calaverita", equivalente al "trick o treat" (truco o trato) del Halloween estadounidense, vestidos de "sicarios", tocados con un sombrero, jeans un poco rotos, una cadena dorada en el cuello y una pistola en la mano.
La práctica ha desatado reacciones de rechazo en algunos sectores, sobre todo entre especialistas, quienes consideran que se hace "apología del delito" y se "normaliza la violencia" y "la impunidad".
A partir de la espiral sangrienta que tiñó de rojo vastas zonas del país luego que el gobierno lanzó su fallida guerra contra las bandas criminales en diciembre de 2006, dejando hasta ahora unos 335.000 muertos y 93.000 desaparecidos, la "narcocultura" se refleja en la música, la moda al vestir y ahora también en la fiesta de los muertos.
Usar remeras con hojas de marihuana o disfrazarse de pistolero del narcotráfico está promoviendo "una posible aceptación y normalización de la violencia desde los sistemas moral y social, señaló Ernesto López Portillo, coordinador del Programa de Seguridad Ciudadana de la Universidad Iberoamericana (Ibero).
Los adornos y disfraces de este tipo, "en tanto que expresiones culturales, visibilizan cuán normalizadas están las prácticas violentas para los habitantes" de México, señaló el académico, al indicar que, así como el Estado "normaliza la violencia desde la impunidad", la gente hace lo mismo con estas expresiones. "Más allá de simplemente aceptarlas, las personas las reproducen como parte de su vida cotidiana, y es ahí donde radica el principal problema", afirmó.
En Culiacán, estado norteño de Sinaloa, en "la noche de brujas", muchos niños han salido a las calles con armas de Gotcha, vestidos de pistoleros y en furgonetas como las que son usadas por los grupos criminales.
En Reynosa, Tamaulipas, frontera con Estados Unidos los niños suelen pedir dulces gritando "dulce o levantón" (golosina o secuestro).
Otro video mostró a un grupo de jóvenes, disfrazados de sicarios y con armas de utilería, bajando de una camioneta y asustando a la gente.
Sin embargo, lo más común ahora es colocar a un supuesto cadáver de cabeza colgando de un negocio envuelto en tiras de cinta "canela", con un cartel de advertencia, como lo hacen en realidad las organizaciones criminales en sitios públicos o puentes muy transitados para generar pánico entre sus rivales.
"Esto le va a pasar a toda la gente que no me dé dulces (golosinas), a los que se hagan pasar por cristianos y a los que sólo den fruta. Vamos por ustedes", señala un letrero con manchas rojas simulando sangre, colocado hace dos años en un "cadáver" en un comercio en Ixmiquilpan, estado de Hidalgo, vecino a la capital.
Desde hace tiempo, en los mercados populares los disfraces de "El Chapo" y del famoso jefe del Cártel de Medellín Pablo Escobar, a pesar de que el primero está en prisión en Estados Unidos y el segundo fue asesinado en 1993, siguen vendiéndose mucho para las fiestas de Halloween.
También suelen haber figuras de personas "decapitadas" al estilo del narcotráfico en algunas viviendas o restaurantes, lo que a veces desata risas pero también genera reacciones de rechazo.
"Nuestra crisis es que los dos sistemas regulatorios informales, la moral y la cultura, están aceptando la violencia y el formal regulatorio, que es la ley, se muestra ineficaz" para contenerla, señala López Portillo.