MONTEVIDEO (Uypress/Rodrigo Matías) - El “tema” del suicidio retorna a la prensa uruguaya cíclicamente. Desde hace décadas el punto de partida suele ser un nuevo récord anual o el obituario de un futbolista. Vale saber que el reportaje mediático responsable es uno de los principales enfoques para su prevención.

 

Acaso porque el suicidio además de tabú es un estigma y un asunto incómodo y desagradable, tanto el periodismo como la sociedad y la política a menudo presentan hechos de forma episódica, desaprovechando oportunidades para discutir y difundir información científica.

Se realizaría mejor nuestra preocupación colectiva si supiésemos que las estadísticas uruguayas permiten inferir que todos conocemos a varias personas que lo han considerado recientemente, incluso sin parecer entristecidos o lo que pudiéramos entender "sintomáticos".

Estamos acostumbrados a aceptar de los políticos uruguayos un menú general de soluciones ante problemas complejos: desde "estamos trabajando" hasta "acciones transversales", "equipos multidisciplinarios", comisiones sin rendición de cuentas o "jornadas de prevención".

En todo el mundo se financian líneas telefónicas de asistencia, una estrategia cuya eficacia no ha podido ser probada. Realizar charlas para jóvenes en centros educativos parece dejar de lado completamente a los que no cursan estudios formales. En Uruguay son más de la mitad.

Conozco al menos a cinco jóvenes sobrevivientes de intentos de autoeliminación, cuatro hombres y una mujer. Ninguno pertenecía a una comunidad educativa. Con ellos he podido charlar sobre lo sucedido, ya que tengo algún nivel de cercanía. Sus motivaciones tuvieron en común solo una soledad asfixiante y una apatía o incomprensión enorme de sus familias.

A dos de ellos, las madres de sus hijos les impedían verlos por razones injustas. Cuatro no tenían empleo ni un espacio propio o al que pudieran llamar su casa. Sus vínculos con sus padres eran malos o inexistentes. Varios viven en una ciudad del interior que se posiciona históricamente entre las de mayor nivel de suicidios en relación a la población.

Si bien solo dos eran adolescentes, la ideación del suicidio es considerada "normal" en esa etapa. Sin embargo resulta alarmante que más de uno de cada diez liceales uruguayos declarase en una encuesta haber planificado matarse en los últimos 12 meses. Es probable que esa cifra sea incluso superior entre quienes no pertenecen a una comunidad educativa base.

Estas cinco personas compartían la soledad, el desempleo o inactividad y la falta de una vivienda propia o un espacio adecuado. En la literatura específica son citadas como causas principales o auxiliares los problemas mentales diagnosticados, peleas con la pareja o familiares, las crisis inminentes o actuales, y los abusos sexuales o de sustancias, entre otros.

El acceso a la vivienda y su correlación no suele ser medido. Uno de los primeros estudios sociológicos fue sobre esta problemática: el francés David Durkheim demostró hace 125 años que la pertenencia a comunidades religiosas (unas más que otras) y la fe en un dios, actúan como antítesis de la exclusión al ofrecer un sostén o marco moral disuasorio.

El país más secular de América sufre la tasa más alta en Latinoamérica y una de las mayores del mundo. Otros países relativamente irreligiosos como Japón y los nórdicos experimentaron una disminución per cápita considerable en los últimos sesenta años, pero en Uruguay el número más que se duplicó. No existen explicaciones oficiales al respecto.

Los suicidios son especialmente frecuentes en exrepúblicas soviéticas como Ucrania, Rusia (antes de la guerra) y Lituania. Estos últimos dos países son los únicos en el mundo que poseen un ingreso per cápita superior al uruguayo y tasas más altas de autoeliminación. La República Oriental se mete al trágico top 20, que lo completan naciones subsaharianas.

Quizá inesperadamente, el suicidio es más frecuente en el mundo desarrollado. La República Cooperativa de Guyana, que pasó de ser uno de los países más pobres de Sudamérica al de más ingreso en solo años, experimenta una caída pronunciada del podio global de suicidios per cápita, pero se mantiene aún en niveles atípicos en relación al promedio mundial de momento.

En Uruguay se suicidan más personas que las que mueren por incidentes de tránsito o asesinatos. Oficialmente, 823 personas lograron acabar con su existencia en Uruguay en 2022, 65 más que el año anterior (un aumento del 8,5%). Pero esa cifra parece menor si se considera que en el mundo el 14% de las personas en algún momento de sus vidas lo ponderó.

Aunque la investigación local ha aumentado desde 2014, y es mayor la información etiológica pormenorizada, es muy escasa la producción académica que permita dilucidar acciones de prevención eficaces y nula la evaluación de resultados, lo que resulta imprescindible para retraer a los habitantes que asumen el camino irreversible por antonomasia.

Tristemente, el comportamiento suicida se explica en buena parte por una predisposición genética, pero no significa en absoluto un destino. El alcoholismo tiene una incidencia medible y también hay indicios sobre la marihuana. Además Uruguay es uno de los países con mayor consumo del alcohol per cápita fuera de Europa y el mayor de América.

El consumo de hombres y de adolescentes duplica el de sus contrapartes mujeres y adultos; y el 39% de los varones, tanto adolescentes como adultos, experimentan un consumo  mensual "grave" según la OMS. El suicidio es mucho más frecuente en varones, así como entre personas LGBT+, autistas o ludópatas.

Es de notar que los países donde los juegos de azar están prohibidos tienen menores niveles de suicidio. La falta de un propósito y el nihilismo, las actitudes temerarias y asociales, el desinterés por el bienestar personal, el sentirse atrapado y la ideación suicida (compartida o no con terceros) son elementos que pueden servir para advertir un eventual suicidio.

Suele aducirse que el tema es especialmente evadido entre hombres por mayor "dificultad de externalizar emociones". Diferencias generacionales pueden explicar que los adultos interpreten desafíos personales de los jóvenes como problemas solucionables, sin que la persona explicite su subjetividad opresiva. ¿Qué puede hacerse entonces?

No han sido pocas las veces que la política uruguaya moldeó el comportamiento social y comunitario, aunque resulte un proceso largo. La discusión cíclica no parece haber favorecido ese objetivo. Hablar del problema en ocasión de "días nacionales" o por casuísticas resulta frívolo y hasta autocomplaciente. Comprender el fenómeno mejor es un buen primer paso.

Importa saber entonces que un tercio de los sobrevivientes padecen secuelas físicas de alguna entidad. Si por cada persona suicidada existen decenas que lo intentan, una centena que lo planifica y varios cientos que seriamente lo consideran; la cifra de uruguayos con necesidad de asistencia, solo por esa causa, llega a un número imposible de cubrir por vía terapéutica.

El tratamiento paliativo sobre quienes lo intentaron no resulta privativo teniendo en cuenta que el antecedente aumentaría la propensión a repetir el comportamiento. El resto serán invisibles o indiferenciables de la masa a la que sería deseable y efectivo brindarle terapias cognitivo-conductual o dialéctica-comportamental, que previenen el proceder suicida.

Ante esta cuestión de escala, el sistema de salud uruguayo tiende al uso de antidepresivos. Pero su uso per se tiene un efecto muy bajo para prevenir estas conductas. Educar e informar sobre el comportamiento suicida entre profesionales de atención primaria sí previene los suicidios, pero "carece de eficacia" ilustrar a educadores y referentes sociales.

En el año 2000, mucho antes de la expansión de las redes sociales, un exponente de las Jornadas de Suicidología del Mercosur sugería evaluar "un proceso civilizatorio en el cual valores individualistas, aislamiento, soledad e incomunicación pasan a ser dominantes". Tal sugerencia no resulta práctica ni explica las tasas más bajas de otras latitudes.

Evitaremos tal vez los suicidios juveniles cuando viralicemos que el interés y la preocupación de los padres por las actividades, problemas y amigos de sus hijos correlacionan en una reducción de entorno a la mitad en los intentos de suicidio autodeclarados por adolescentes; y entre un tercio y la mitad al contar con dos o más amigos cercanos, respectivamente.

Al entorno de mis allegados suicidas nos cabe una cuota de responsabilidad y atención, que entiendo fue subsanada de algún modo en todos los casos. El comportamiento previo no fue un indicador y eso no debió tomar a nadie por sorpresa, porque casi nunca lo es.

El cambio se irá gestando cuando todos aprendamos la trascendencia de mostrarnos empáticos y amables con el prójimo en general, y los hijos en particular. Cuando el Estado asuma un enfoque testeado e incisivo, y los gobiernos asuman con coraje un rol nuevo en la formación de la patria potestad responsable, promoviendo ideas consensuadas y científicas.

Ningún Estado podrá eliminar las muertes violentas y prevenir todas las patologías mentales o genéticas. Un verdadero interés cívico por quienes deben tener la vida por delante, se manifestará encauzando no solo esfuerzos presupuestales (nunca suficientes), sino diseñando sistemas innovadores que faciliten el acceso a oportunidades generales para los jóvenes.

Mis cinco allegados están vivos porque fallaron en morir. Pero antes les fallamos todos. Una ocupación no hubiera eliminado su soledad, pero hubiese colaborado y quizá bastado para disminuir su frustración. Ninguno habría desembocado en una decisión tan fatídica si se hubiesen sentido apoyados por la sociedad cuando su entorno inmediato fracasó.

La comunidad a nivel local y nacional necesita reclamar justicia por estos muertos, heridos y sobrevivientes, con la misma claridad y dureza con la que protesta por las vidas que son tomadas por terceros. En Uruguay, si una persona va a morir asesinada intencionalmente es más probable que su homicida sea ella misma.

Hace 208 años en el Reglamento de Tierras, Artigas prometía que "los más infelices serán los más privilegiados". Y 104 años y días atrás, Vaz Ferreira delineaba un ideario social que precisaba que "[el] derecho de habitar -derecho de estar- cada individuo en su planeta y en su nación sin precio ni permiso, es el mínimum de derecho humano".

Quedará pendiente descubrir qué proporción del gasto policíaco deberíamos redirigir a salvar vidas mediante soluciones habitacionales. Mientras tanto, mantendré mi sospecha de que reducir el suicidio juvenil solo será posible cuando los privados de esperanza cuenten con un lugar al que llamar cómodamente hogar.

 

 

(Aclaración: esta nota se enfoca el grupo etario joven, en cuanto las personas de otras edades merecen una cobertura aparte).